EL RASTRO CONCEBIDO
El deber de las cicatrices
es salvarse a sí mismas
perpetuar sus abismos
en la tempestad de la memoria
El dolor es espejismo
que traza el pincel de las horas
el voraz secreto que respira en el fuego
lejos del tizón que nos despoja
los adornos
No te nombro
por ello no te nombro
ahora que mi deber
se confunde con el de las cicatrices
y acaso
con el de las heridas abiertas
ÁNGELES NOCTURNOS
Desnudos de abandono
la noche nos acumula entre sus cuerpos
Gélidos de tiempo y de sombras
armados de lluvias pasajeras
secretos bajo el árbol negro
aún vivos
viejos
desde la memoria que roen los relámpagos
Austeros
desde el despertar.
No es este el cielo de agujas
que oscureció
Es otra antigüedad tras el cerrojo
otras pupilas que se observan bajo una masacre
de luciérnagas
manos que empuñan la lengua sideral
la astrosa urgencia de olvidar despacio
ahogándonos de oscuridad
lamiendo el polen de las madrugadas
doblando la esquina perpetua
empiezan a enfriar los huesos
caen los párpados
los gallos entierran su plumaje
mienten tres veces
picotean a la luna.
Alguien fermenta en su inanición
a esta hora profunda
bosteza el abandono en la raíz de tu vientre
Cruje la canícula
Bajo las cenizas
el fuego comienza a cicatrizar.
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BRILLABAN LOS OJOS EN LA OSCURIDAD
aprendimos a vernos sobre la humareda,
hallamos el punto intermedio
entre el cielo que cruje y la llovizna
hasta nuestros labios cerrados,
caían los pájaros ausentes.
Clausuró el fuego sus comunes tempestades
manos quisieron hablar entre el rumor confuso
habitar el agua
ser airada sentencia empuñada
bebiendo el eco frío que dejó la llama.
Nos crecían las tormentas.
Brillaban los ecos, las premuras, las edades,
ardía el presagio, el ventarrón, la malicia.
Nos crecían los diluvios,
creímos naufragar cuando el tacto
traía sus barcos invisibles.
LOS PIES SE HACÍAN AL MAR
desde la orilla los dejábamos zarpar hasta el fin del mundo
veíamos irse toda la libertad del roble
que aprende a caminar en la oquedad de su cansancio
veíamos caminar nuestros ojos
olas verdecidas nos contaban del llanto
en la profundidad del faro que se consumía.
Los pies levaban anclas
los dejábamos andar hasta entrada la noche
hasta hallada la orilla de otro tiempo,
en otra tempestad que nos llevara a su cauce.
Una marea nos hacía despertar
de nuevo, de rodillas , en el rastro.
A VECES ERA EL ESPEJO QUE NO DEJABA DORMIR
sus grietas insaciables.
Eran las hojas secas al otro lado del viento
los huracanes en la almohada.
A veces era el llanto de la madrugada
visitándome una tarde.
Hoy han vuelto a venir las mariposas del desierto
buscan heridas donde beber.
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