AMANECER
Vuelvo a despertar
de este ensueño reiterado:
levantar la mirada
y ver cómo la velada faz
de los albores
se torna en luz prometedora,
en día sin reservas.
Nada queda oculto
tras la sombra difusa,
esa tenue neblina que satina
los bordes romos de las cosas;
y mis ojos perezosos,
secos en sus oquedades,
buscan el húmedo amparo
que les permita
sostener la claridad
que deslindará cada objeto.
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NUEVA MORADA
Este adentro mío,
tejido de figuraciones,
de imprecisos bordes,
me dice en incontenible susurro
que donde yo acabo
comienza a un tiempo
el frío helador del abandono.
En cada rincón de mi casa
una historia que recordar,
siempre guiada por la marcha
sigilosa y doliente
de un cuerpo desalmado,
de esa sustancia que huye
desconcertada hacia la rareza
de un nuevo cobijo,
y que me alcanza
habitando todos los silencios
como una graciosa carga
sobre mi dorso flexible,
respetuoso,
sin yo saber si contengo
el alma de mis muertos
y si es la mía propia,
o tal vez mi cuerpo,
su nueva morada.
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