Donde siempre es de día
de Isabel Marina.
El sastre de Apollinaire, 2024
Poesía. 148 páginas.
De nuevo leemos la poesía de Isabel Marina. Hace poco daba cuenta en Vallejo & Co. de la lectura de Un árbol que tiembla y Un piano entre la nieve, publicados ambos en El sastre de Apollinaire, al igual que Donde siempre es de día.
Consta esta nueva entrega de cuatro partes: "La última matrioska", "Como pateras vacías", "Un mundo ordenado" y "Donde la muerte no llega". Las cuatro tejen un entramado de temas que se funden, se suceden, al igual que en la vida. En la primera parte abundan poemas que construyen una poética; en la segunda, la desesperanza parece omnipresente; en la tercera hallamos un refugio en la belleza, arte plástico, música, naturaleza, literatura. La cuarta construye futuro en el amor, que puede hallarse en la mirada de un perro o en un abrazo amoroso.
En este libro, y especialmente, en la primera parte, Isabel Marina va deslizando su poética. El primer poema del libro es una declaración de intenciones: es su propósito indagar, hurgar, desterrar la mentira. Esa será la finalidad de la poeta: hallar la verdad, que es equivalente a escribir el poema. No se engaña: concibe la poesía como búsqueda, sabiendo que no encontrará nada.
Y en otro poema, "Escribo poesía" dice que lo hace "para no perder la esperanza" (27). O "para adivinarme, / para que los espejos, al fin, /me devuelvan mi imagen" (39). O para entender la vida o para adentrarse en sí misma. Por ejemplo, "Recluida en mí" (22) es una llamada a la introspección. Fundida a su propio ser no volverá a dudar. Escribir un poema es, también, rescatar los restos "permitir que un poco de agua de lluvia / nos moje los zapatos" (81). Los versos son, en definitiva, "signos de insumisión" (82). "Todo puede ser objeto de un poema" que "nos permita permanecer a flote / entre las olas del mar helado" (109).
La vida es "un viaje breve, alucinante" (36), que debe asumirse con dignidad, con mesura, sin lamentos. La sucesión sin pausa de seres, de escenas --"Todo parece descolocado, / una continua lava / escapando por la grieta" (63), el vacío y la muerte--, son temas centrales del libro. Nada sabemos: "de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos", como dijo Antonio Machado. Queda la rebelión a través del poema: "Solo escribiendo este poema/ consigo rebelarme, /consigo dar vueltas / alrededor de esa caja de Pandora / que nunca se abre (69); queda la extrañeza por no saber nada, por vivir en una realidad que no es la verdadera, sino un trampantojo que la oculta. Queda la melancolía, otro tema central, origen también de la poesía (46). Ser humano es asumir la irrealidad, la extrañeza, como las islas polinesias, que van a la deriva (60).
El paso del tiempo, la sucesión imparable de vidas, de seres convertidos en ceniza, es otro tema que se repite en Donde siempre es de día. La destrucción es continua, todo nos engaña y la poeta deja constancia de esta visión pesimista y de la fugacidad de la vida, sin futuro: "No esperes piedad de la vida, / que va a seguir transcurriendo / a tus espaldas" (75). Frente a este pesimismo, se alza el deseo de libertad, se construye la esperanza: "No existe la libertad / pero, al menos, moriremos / con su nombre entre los labios" (76). "Sobre lo que no existe / basamos nuestra vida" (123).
En la tercera parte, como hemos dicho, la poeta se sumerge en la belleza. Sabe que también puede ser un engaño, pero una música crea "un mundo ordenado / que no existe y sin embargo, /consuela tanto" (101). Unas veces es Víkingur Ólafsson, otras, Hildegard von Bingen o el violoncello de Pieter Wispelwey. También una plaza, la de San Marcos, puede crear un instante único, en apariencia, imperecedero. La vida desaparece, en fuga. La poeta escribe lo que se puede salvar del desastre: "para que quede constancia, cuando ya no pueda recordar, de que un día existió" (112).
Lo más hermoso: el amor. Como dijo Luis Cernuda es la "única luz del mundo". Los pasos de un perro que nos ama serán recordados siempre como lo más hermoso, más que ninguna melodía. La propia fugacidad tiene una belleza "que arde solo un momento / y se consume para siempre" (119). No existe el fin para el amor. "Se abrazan nuestros cuerpos / y los dos comprendemos / que estábamos juntos / antes del principio, / y que no existe el fin" (127). En este amor está el rastro de los muertos, "su recuerdo misericordioso" (136), que no nos abandona.
En definitiva, este libro luminoso es capaz de mostrarnos que todo es ceniza, pero al mismo tiempo, es capaz de rescatar nuestra vida. Porque "todo desaparece / pero está intacto / en nuestro interior (…) Todo muere fuera / pero dentro de nosotros renace, / florece en la memoria" (147).
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