El cambio. Crónica de una erosión
de Montse Bovet e Isabel Mercadé
Stronberg Editorial, Barcelona 2024
Novela. 108 páginas
El capitalismo es un organismo vivo, de creación humana, que nació, creció y agoniza. Y, según un joven Vico, verum ipsum factum, solo es posible conocer lo que creamos, fase por fase. Y he aquí este maravilloso libro, El cambio, de Montse Bovet e Isabel Mercadé, que tiene lugar en la fase más tóxica del capitalismo. El primero fue mercantil, después industrial, luego imperialista y, en la posguerra, el capitalismo tardío, transformándose desde la crisis financiera del 2008, ¿en el capitalismo crepuscular?
El capitalismo tardío, que conoció una consolidación de derechos y servicios sociales en occidente necesarios para competir ideológicamente con los proporcionados en la Unión Soviética, (educación, universidad y sanidad universales y gratuitas, vivienda subvencionada, calefacción y agua, sistemas de transporte, etc.) sucumbió después del asedio y posterior destrucción de la URSS. No hacía falta ya proporcionar dichos derechos. Pero, a la vez, empezó en occidente otra crisis de beneficios cuya respuesta fue la caída de salarios, o su estancamiento, desde 1974 hasta hoy. Para suplir la pérdida de poder adquisitivo se abrió el grifo del crédito y el endeudamiento de la clase trabajadora llegó a equivaler a la totalidad de la bajada de los salarios. Con el fin de compensar la crisis de beneficios se financierizó la economía. La porción de los beneficios financieros y rentistas en los años 70 y 80 de los beneficios totales rondaba el 14% cuando, en el siglo XXI, antes de la caída de Lehman Brothers, dicha porción llegaba al 45%. La inversión en producción industrial de los países occidentales se desplazó hacia los países asiáticos, o sea, la financierización de la economía y la desindustrialización iban cogidas de la mano. Consecuencias: la precarización del trabajo. Así, se introduce la figura del becario (la esclavitud moderna), la desmovilización de los sindicatos, reduciéndolos a meros mediadores y no a defensores de los trabajadores, y la proletarización de los profesionales: profesores, médicos, escritores, periodistas, etc. Un capitalismo crepuscular.
Y aquí llega el libro de Montse e Isabel, donde la crisis se cristaliza en forma de un miedo que hasta ahora las capas profesionales no habían sentido. En los trabajos en los cuales los profesionales se sentían realizados y hasta contentos y motivados, crecía el temor a perder lo paradisíaco de su oficio y, en el caso de los protagonistas de la novela, el paraíso es enseñar un idioma (el bello curro de Giordano Bruno o James Joyce), o sea, el reto de reavivar una facultad cerebral que se atrofia a los seis años (Chomsky dixit).
Bajo la ideología neoliberal, los profesionales, como los trabajadores industriales y de servicios, son también convertidos en supernumerarios de la fuerza de trabajo. Se inyecta el pánico en ellos para poder reducir salarios, la fuente de la rentabilidad. Como bien explica El Cambio, el profesional, aunque privado del poder de gestión de la empresa, es obligado a responsabilizarse de los errores empresariales del consejo de administración mediante evaluaciones de las cuales los que manejan el poder están exentos. Los profesionales viven en un estado de autocuestionamiento, culpa y miedo. La gerencia no fracasa, es el trabajador, falsamente empoderado (palabra vil donde las haya), que falla por su falta de lealtad, por no hacer horas extras no pagadas, por no atraer y mantener a los clientes. Patético.
Al final, cada cambio social negativo penetra en nuestro ser afectando el derecho más elemental: el goce de ser. Dichos cambios, por otra parte, exaltan y exageran ese goce de ser de los insensibles superricos (Musk: el sonido de su voz le debe intoxicar), pero para la mayoría global el resultado es la frustración, el espanto, y el menosprecio autoinfligido en un proceso de explotación que hace posible la euforia de los primeros.
Gracias, Montse e Isabel, por metamorfosear lo que sabéis de una particular experiencia de la degradación del trabajo en un sentir (sensual y cercano) para nosotros. Después de todo, ¿qué valor tiene el saber si no lo sientes? Es como tener un recuerdo de un día de verano vacío de sentimiento. La inteligencia que no es sensual es artificial.
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