ALGA Revista de Literatura
nº93-94 - Año 2025




Dirección:
  • Goya Gutiérrez

    Edición:
  • Grupo de Poesía ALGA

    Responsables de la edición del presente número:
  • Enric Velo
  • Lucía León
  • Goya Gutiérrez

    Maquetación, composición y diseño web:
  • Enric Velo


  • Portada:
    Foto tomada en Lijiang, China que forma parte del
    espectáculo Impression de Zhang Yimou

    Por Craig Martin Getz


    Sumario
    http://revistaliterariaalga.com/

    Narrativa

    ARIEL FRIDMAN

    ARIEL FRIDMAN nació en la ciudad de Buenos Aires, donde reside actualmente. Abogado especialista en Derecho Penal, Universidad de Buenos Aires, -U.B.A-. Doctorado en Ciencias Criminológicas, Facultad de Derecho -U.A.B- Ha publicado textos en prosa en distintas revistas, portales y blogs literarios. Ha residido en países como Panamá o Colombia.

    10 de diciembre 1920 - ∞

    La casa natal de Clarice Lispector está abandonada y tapiada. La sangre quema desde adentro hasta sus vértices. Los muros que la rodean caen y un rumor de magnolias se desmaya en las paredes teñidas del color de las encías de un dios exorcizado. Desde las rajaduras del cielo su hermosa escritura, incalificable, duerme sobre los techos. Apenas una placa. Una página no escrita. Una bandera pintada con aerosol en memoria de la pequeña judía matrona de las gallinas y las palabras con dientes. Tenía una fascinación casi obsesiva por ellas. Adoraba esos dinosaurios de bolsillo con aire en lugar de cerebro. Admiraba ese olvido de sí que sólo es capaz una gallina: el olvido es una planta tropical, todo lo cubre, todo lo enreda, todo lo ahoga. Hay una comunión de gallinas bajo ese sol que nadie puede ver, salvo Clarice. Mueren en tumbas ajenas. Las llamamos gallineros. Son inmundos. Despiadados. Mierda, peste, hedor y sangre. El que imaginó el infierno se inspiró en ellos. Mosaicos. Cuadraditos de tierra quemada lisos como el vidrio o la piel después del agua salada. Playas ya secas por la melancolía. Recife las bendice. Allí se levantó la primera sinagoga del subcontinente. La primera revolución federal contra el imperio de los lusos. De todos los depredadores de Pernambuco mi preferido es Clarice Lispector. La mujer más salvaje del mundo. A veces su imagen es una foto borrosa. Un dibujo en una servilleta. Tengo una predisposición genética, astrológica y mecánica para enamorarme de mujeres silvestres con bocas llenas de dientes. Palabras que también son mortales. La ventaja de ser mordido por la áspera textura de un corazón abierto es que esa historia deja un sello. Nadie puede decir que no ha sucedido. Profeso un culto de salvación que nadie sabe. Venero libros desleídos en nombre de la nada. Una vez fue invitada a un almuerzo. Una celebración de sábado al mediodía en la que nada era más importante que lo servido. Donde nadie esperaba nada de nadie. Cuando nada se espera es fácil detenerse en las formas y colores que irán a la boca. Anticipar el goce y sumar a los sentidos el placer de lo pensado. Retener el juego de la luz sobre esos milagros del sol que son los frutos y esos frutos del hombre que son los panes. Pero el amor es un hombre disfrazado de banquete. Escribió en El Libro de los Placeres "Hemos construido catedrales y nos hemos quedado del lado de afuera, pues las catedrales que nosotros mismos construimos tememos que sean trampas. Hemos evitado caer de rodillas delante del primero de nosotros que por amor diga: tienes miedo. Hemos tratado de salvarnos, pero sin usar la palabra salvación para no avergonzarnos de ser inocentes". Te hicieron escultura porque alguien en Río de Janeiro tiene que sujetar sueños. Igual al de los esclavos fugados. Al de los hippies de los sesenta y como el que todavía poseen los perros callejeros. Esta noche dormiré con un cigarro encendido como lo hicieras aquella madrugada en llamas de mil novecientos sesenta y seis. Te leo, Clarice y desnudo estoy como todos los muertos. Cálices de tu escritura vuelven a este cuerpo como la miel que se derrama en la boca. Naces al mundo. Caes en el mundo. Reconoces ya sus bordes primigenios. En este momento el silencio de la mujer que miro, persigo, estrangulo y amo me grita fuerte y claro.


    MÓNICA PICOREL

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