BOSQUE DE ABEDULES
Enséñame las palmas de tus manos, los labios y los ojos quebrados,
el habitáculo de tu tibio corazón,
ayer estuve en el cementerio de Pedro-Pablo
y recogí durante un rato tu sonrisa marchitada en las lápidas negras,
como la flor blanca de la infancia
que empolvaba el puente de la nariz de color amarillo.
Enséñame tus brazos abarrotados de gorriones,
yo cada noche duermo a la sombra de esos brazos
y cada noche encuentro bajo la almohada
las migajas de mis sueños gastados.
Enséñame el corazón lejano encendido como una bombilla al final
de tu pueblo,
él nunca notará mi cuerpo centelleando como una lámpara
y la palma de las manos con tres versos
sin rimar
que ahora acaricia con cuidado
el único otoño que perdura en el bolsillo del corazón.
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Cuando mueren el mar sigue rugiendo
y los barcos continúan hacia el oeste,
las aves de vuelta desde islas lejanas
duermen plácidas en los altos mástiles,
cuando mueren el mar sigue rugiendo,
los pescadores arrastran las pesadas redes,
las agallas de los peces se llenan de arena húmeda
y las vírgenes hacen una hoguera para la cena,
cuando mueren el mar sigue rugiendo,
los enamorados se entregan en la noche al amor
buscan palpando el amor durante el día
y por las tardes suelen mirar al mar,
cuando mueren el mar sigue rugiendo,
los rayos del sol acarician las habitaciones nocturnas,
"huele a melocotones maduros" en el viejo armario
y las camas lamentan el vacío.
De la antología Poesía georgiana contemporánea. Huerga & Fierro, Madrid 2023
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