EN OREGÓN
Frente a las bellezas evocadas
se diluyen hoy mis recuerdos
y quedo en suspenso,
a la manera del ensimismado asombro
que provoca la crepitación del fuego.
Se nos hizo visible
al final del frondoso túnel de exóticos arces
aquella costa de sobrenatural elegancia,
de una inmensidad que impedía intuir
la hondura vibrante de sus simas
y en la que no se adivinaba una ola
ni siquiera a modo de tímida onda lacustre.
Antes habíamos atravesado otras espesuras
y contemplado las pendientes del monte arriba
por donde despuntaban crestas de pino,
verdes agujas que acribillaban
el blanco manto de cristal,
en esa tierra tan lejana,
inimaginable para mí,
y en la que el invierno
nunca muestra el despojo de los árboles.
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DUELO
A mi padre
Y esto es lo más terrible de los muertos:
que se paran de pronto entre las cosas.
Rafael Guillén
Cerrada la puerta de la estancia
y ahuecados los cojines
que nos permitían adivinar el límite
de tu presencia, la breve impronta,
quedó reordenado el espacio
y fue entonces cuando empezó
a hacérseme insoportable el duelo.
Duelo que creí haber conjurado
al rebasar los confines de la anticipación:
tal vez no me estamparía en el corredor contra tu recuerdo.
Cuánto tránsito apurado, de un lugar a otro…
para disipar un rastro.
Afuera, a la hora en que ya dormía el viento,
cuando el silencio reposaba en las lindes
de la noche lunar,
arrastradas, barridas ya las nubes
que habían atormentado el día,
a esa hora, con aspavientos y a manotazos,
quise sacudir el dolor de mi duelo.
Solo yo perturbaba -no más allá
de donde alcanzaban a ver mis ojos-
la reposada calma perdida en el azogue
del horizonte marino,
esa suerte de reflejo mercurial
en el que, bien pensado, quería yo que se diluyera mi llanto.
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