ALGA Revista de Literatura
nº88-89 - primavera 2023
40 aniversario / 1983-2023




Dirección:
  • Goya Gutiérrez

    Edición:
  • Grupo de Poesía ALGA

    Responsables de la edición del presente número:
  • Enric Velo
  • Lucía León
  • Goya Gutiérrez

    Maquetación, composición y diseño web:
  • Enric Velo


  • Portada:
      Iglesia de los Franciscanos (Lucerna, Suiza)
      de Enric Velo


    Sumario
    http://revistaliterariaalga.com/

    Narrativa

    ELVIO RENÉ

    Es miembro del Grupo de Poesía ALGA. Ver: http://www.poesiaalga.org/


    SELVA

    Trescientas veces había pasado el sol desde nuestra llegada al Brasil con el grillo enjaulado en España, el grillo que no cantaba. El insecto ya había muerto, pero el entorno seguía siendo el mismo desconocido, como un encantamiento agazapado; diez meses, trescientos días donde casi todo estaba por descubrir. En la noche, cantos extraños exploraban el aire húmedo de las sombras. Los pájaros invisibles estaban protegidos en el refugio aéreo de las ramas. Los monos, inmóviles, nos vigilaban con las crías apretadas contra el pecho fingiendo un distraído sueño. Las voces nocturnas eran diferentes de las del día; llegaban de lejos, acompañadas de una añadida precaución. Sabíamos ya que las fieras y las alimañas se adueñaban del bosque durante la noche, pero el campamento y las hogueras las disuadían de acercarse. Nuestros hombres tenían el número suficiente para una defensa que se reforzaba con voces, corazas y sueños intranquilos, una advertencia de alerta para las criaturas nocturnas cuya principal atención era el sigilo. Rehuían quedar al descubierto. Hasta la brisa tiene su pausa en la oscuridad. Duermen las arañas y las plantas. El solitario yaguareté, el tigre del Nuevo Mundo, merodea sin ruido sobre sus dúctiles pies escudriñando la noche.
    Yo no había visto ninguno todavía y tal vez nunca lo vería dado su carácter furtivo, pero conocía la dorada piel cubriendo los hombros de algún cacique, incrustada de manchas cuyo dibujo reproducía las propias huellas de la fiera. Incluso las fauces abiertas sobre la cabeza del cazador la convertían en un trofeo de valor. Muchos rastros denunciaban el paso de criaturas, desde las diminutas huellas del agutí, el único roedor que rompe la dura cáscara de las nueces de Brasil para llegar a las semillas, hasta las anchas pezuñas del anta . Se identifica la impronta del agutí porque no asienta la planta del pie al caminar, sino sólo sus dedos, cuatro en las patas delanteras y tres en las traseras. Animales pesados dejan otro rastro, como el anta, pero es difícil de ver. Es una bestia tímida, herbívora y amante del agua. Semeja un cerdo enorme, y posee un hocico flexible con el que arranca el alimento.
    Deambula por los pantanos devorando plantas acuáticas. Una vez vimos un macho muerto a flechazos que era arrastrado por nativos de la expedición. El sabor de su carne es de gran aprecio.
    Yo intentaba escuchar más allá de mis sentidos. Quería conocer a los pobladores de la espesura, identificar a los árboles que nos protegían y nos alimentaban durante el día. Necesitaba indagar en los diversos deseos que la selva me ofrecía, como plantas y animales. Las hojas me fascinaban; algunas grandes como capas, otras con el contorno de peces, de manos, de estrellas. Había especies ardientes como látigos, hojas abiertas como gentiles abanicos, espinosas como rodillos de tortura. Contemplábamos raíces aéreas del grosor de mi pierna y hasta de mi cuerpo, que siendo jóvenes habían descendido de las altas copas con el grueso de un cabello hasta hundirse en el suelo, ávidas de la tierra feraz. El embrujo de la selva era poderoso, con más autoridad que los hombres, un ser vivo que exhalaba su presencia al oído del yacente, como lo sentí aquella noche junto al rumoroso Iguazú. La espesura respiraba con un olor profundo que hería el olfato y que aumentaba cuando el sol dormía. Sin el calor de la luz, la noche es un pulmón enorme que mantiene la selva. En vano esforcé la voluntad y la conciencia para captar un lejano rugido que complaciera el deseo pueril de escuchar a la fiera, de sentirla cerca de mí.
    Pero el jaguar es cauto; se desliza sin roce, como un guardián alado. Admití la bendición de la selva como un privilegio alerta, escuchando el ulular de algún pájaro de la noche y el goteo incesante de las hojas en la tierra.
    Mas yo era un escribano real, no un buscador de ciencia. A nadie le dije esto nunca. Me resigné a esperar cada suceso y a resistir el nuevo día con el sudor de la ropa en el hierro amarillo, como los demás hombres.


    Transport fluvial a l'Amazones


    "Lagarto amazónico"

    ENRIC VELO

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