CANCIÓN PARA LOS NIÑOS EN CINCO ESTROFAS
A Yayán, Manani y Mayán,
a quienes nunca pudo ser arrebatado
el inestimable regalo con el que fueron bendecidos.
Y a Eyal y Noa y a Amanda, Tannè, Hans y Kai,
para quienes no espero menor fortuna
aunque sí mejor suerte.
Jugaron los tres niños en un jardín de tierra
gravemente entregados al ingenio y la risa,
entre barros y rosas, salamandras y almendras,
y entre argucias del cosmos que nos da y que nos quita.
Y allí enraizó el amor.
Se abrieron a los mares jamás antes surcados
cuyos mapas errados dibujaban sus sueños,
y apostaron con ángeles con los dados cargados
y encontraron estrellas más allá de sus cielos.
Y eclosionó el amor.
Sostuvieron las cimbras de su mundo asediado
por dolor y locura, por cegueras y ruido,
cumplieron la alegría entregando sus manos
a los lazos más ciertos, para siempre rendidos.
Y se templó el amor.
Invadió sus moradas la náusea del expolio,
destrozó sus refugios la crueldad de la muerte.
Amputados de tanto, descubrieron el modo
de arrancarle a la luz su lumbre más ardiente.
Y no murió el amor.
Llovió la maravilla sobre el jardín remoto
andamio de sus almas, cimiento de sus casas,
y lo llevaron dentro, inviolable tesoro,
ignorantes y ciertos de tan feroz bitácora.
Y así vivió el amor.
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LA ALQUIMIA Y LA BELLEZA
A nuestra compleja y gran familia, la que nos trajo
hasta aquí, y desde aquí seguimos...
Pómo vais a ignorar que no nos faltó nada
si, a lo largo y lo ancho
de los descubrimientos exultantes
y de los huesos rotos de la historia,
nos disteis cuanto erais.
Si navegasteis
curva a curva los ríos de la vida
con las manos desnudas
y las entrañas indefensas,
humanos casi siempre,
alimañas a veces
y otras, ángeles.
Si os hicisteis,
como nosotros hoy, con lo que había
y hubo suficiente,
suficiente pan y hambre suficiente,
hueco y pasión,
amor y frío, muerte y vida.
La alquimia
que engendra la belleza.
Si el amor verdadero
que anhelamos en cantos y novelas
viste de ocre y de gris muchas mañanas,
sabe a sopa, a café, a tortilla francesa…
y va mezclado
con nuestros más extravagantes filos,
destilados venenos,
o las marcas contusas
de tomar con torpeza lo sublime
y no llega, y no sabe, y no consigue…
al tiempo que se acaba revelando
extraordinario, puro e intachable
en su misma pobreza luminosa.
La belleza
que permite la alquimia.
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