ALGA Revista de Literatura
nº87 - otoño 2022




Dirección:
  • Goya Gutiérrez

    Edición:
  • Grupo de Poesía ALGA

    Responsables de la edición del presente número:
  • Enric Velo
  • Lucía León
  • Goya Gutiérrez

    Maquetación, composición y diseño web:
  • Enric Velo


  • Portada:
      Absolutament TOT apunta al centre
      de Carme Just

    Sumario
    http://revistaliterariaalga.com/

    Páginas centrales


    Antología poética de María Victoria Atencia


    Introducción: Santos Domínguez

    Selección de poemas: Santos Domínguez y Goya Gutiérrez


    SELECCIÓN DE POEMAS

    Por Santos Domínguez y Goya Gutiérrez

    EPITAFIO PARA UNA MUCHACHA

    Porque te fue negado el tiempo de la dicha
    tu corazón descansa tan ajeno a las rosas.
    Tu sangre y carne fueron tu vestido más rico
    y la tierra no supo lo firme de tu paso.

    Aquí empieza tu siembra y acaba juntamente
    -tal se entierra a un vencido al final del combate-,
    donde el agua en noviembre calará tu ternura
    y el ladrido de un perro tenga voz de presagio.

    Quieta tu vida toda al tacto de la muerte,
    que a las semillas puede y cercena los brotes,
    te quedaste en capullo sin abrir, y ya nunca
    sabrás el estallido floral de primavera.

    (De Arte y parte y Cañada de los Ingleses, 1961)

    OFELIA

    Recorreré los bosques, escucharé el reclamo
    en celo de la alondra, me llegaré a los ríos
    y escogeré las piedras que blanquean sus cauces.
                                            Al pie de la araucaria
    descansaré un momento y encontraré en su tronco
    un apoyo más suave que todas las razones.
    Prendida de sus ramas dejaré una corona
    y el agua por mil veces repetirá su imagen.
    Adornará mi pelo la flor del rododendro,
    inventaré canciones distintas de las mías
    y cubriré mi cuerpo de lirios y amarilis
    por si el frescor imprime templanza a mi locura.

    MARTA Y MARÍA

    Una cosa, amor mío, me será imprescindible
    para estar reclinada a tu vera en el suelo:
    que mis ojos te miren y tu gracia me llene;
    que tu mirada colme mi pecho de ternura
    y enajenada toda no encuentre otro motivo
    de muerte que tu ausencia.

    Mas qué será de mí cuando tú te me vayas.
    De poco o nada sirven, fuera de tus razones,
    la casa y sus quehaceres, la cocina y el huerto.
    Eres todo mi ocio:
    qué importa que mi hermana o los demás murmuren,
    si en mi defensa sales, ya que sólo amor cuenta.

    (De Marta & María, 1976)

    ODIVA EN BLUE JEANS

    Cuando sobrepasemos la raya que separa
    la tarde de la noche, pondremos un caballo
    a la puerta del sueño y, tal Lady Godiva,
    puesto que así lo quieres, pasearé mi cuerpo
    -los postigos cerrados- por la ciudad en vela...

    No, no es eso, no es eso; mi poema no es eso.
    Sólo lo cierto cuenta.
    Saldré de pantalón vaquero (hacia las nueve
    de la mañana), blusa del "Long Play" y el cesto
    de esparto de Guadix (aunque me araña a veces
    las rodillas). Y luego, de vuelta del mercado,
    repartiré en la casa amor y pan y fruta.

    KARLSKOGA

    Antes de que atardezca tan pronto como suele,
    desnúdame a la luz helada de esta tarde
    y da mi piel a un sol, tibio por nosotros.
    Un aire blando pasa sobre el musgo crujiente
    y roza con sus dedos las frondas de abedules
    o acaricia la inmóvil suavidad del paisaje.

    Llévame por los puentes que la nieve descubre:
    sobre el hielo los patos desentumecen vuelos
    entre las islas próximas, y las cornejas pasan
    buscando desde el aire el dulce escaramujo.
    Ninguno de los nuestros pudo imaginar nunca
    un país tan al norte del antiguo deseo.

    (De El mundo de M.V., 1978)

    GHETTO

    Denso es el aire aquí. Y tibio. Lo respiro
    entre casas que quiebran su fachada en el agua.
    Un gato mansamente se me enreda en las piernas
    y me retiene inmóvil delante de Yahveh.

    ROSA

    En el joyero Tiffany's se marchita una joven
    rosa de Jericó.
    Sólo al costado mismo de la muerte comienzan
    su plenitud las rosas
    tras la ruptura última del quicio de la sed.

    (De El coleccionista, 1979)

    JORGE MANRIQUE

    A esa luz que nos crea y nos destruye a un tiempo
    bajan desde sus nidos a abrevar las palomas:
    abaten en la orilla su cuello hasta las aguas
    y lo yerguen, y el río que se lleva su imagen
    viene a dar en la mar, en tanto que ellas vuelan,
    desnudas ya de sombra, hacia sus columbarios.

    LAGUNA DE FUENTEPIEDRA

    Llegué cuando una luz muriente declinaba.
    Emprendieron el vuelo los flamencos dejando
    el lugar en su roja belleza insostenible.
    Luego expuse mi cuerpo al aire. Descendía
    hasta la orilla un suelo de dragones dormidos
    entre plantas que crecen por mi recuerdo sólo.
    Levanté con los dedos el cristal de las aguas,
    contemplé su silencio y me adentré en mí misma.

    (De Compás binario, 1984)

    LAVADERO VIEJO

    Cóncavas piedras vienen a recibir mi hato
    con un frescor que acepta mi mano en su recinto.
    Guardo turno en el húmedo corredor subterráneo:
    doy paso a las rameras y al ajuar de los muertos.
    Públicamente expongo al agua mis razones.
    Su corriente no sabe más pasión que el olvido.

    PONTE SANT´ANGELO

    No volveré a asomarme desde el pretil al río
    para verme en la misma corriente de sus aguas.
    Se sustentan los ángeles en la clave del arco
    y descansan el peso de su mensajería
    en este instante mismo de mi muerte diaria.
    Es la revelación de la carne. La acepto.
    Un solo paso más, y llegaré hasta el muro.
    A viva tumba abierta me daría a sus alas
    para volver de nuevo hasta el pretil del frío.

    SAN MARCOS

    La concertada cita entre desconocidos
    me conduce a tu puerta: voy pisando y me oigo
    y soy mi propio eco y mi propia cautela
    hasta que te me abres, belleza desmedida
    que abarco en mi pañuelo, alta gloria que añades
    esplendor a tu piedra. Vergine mia del Bacio,
    el aliento te horada. Me postraré en tus losas
    para que en su equilibrio vuelva a reconocerme.

    (De Paulina o el libro de las aguas,1984)

    ÁRBOL DE JUDEA

    Me daba el ciclamor su cobijo y su asombro,
    con mi gozo en suspenso por la flor en sus ramas
    y mi leche fluyendo y su peso en mis brazos.
    No me llaméis aún: mirad cómo sonríe.
    Espesadme este árbol del amor que le tengo
    y dejadme dormir bajo su sombra púrpura.
    (De Trances de Nuestra Señora, 1986)

    TERNURA

    Quizás no sea ternura la palabra precisa
    para este cierto modo compartido
    de quedar en silencio ante lo bello exacto,
    o de hablar yo muy poco y ser tú la belleza
    misma, su emblema, aunque tan próxima y latiendo.
    Y es también un destino unánime que vuelvan
    a idéntico silencio -cuando llegue la hora
    de la tregua indecible- mi palabra y tu zarpa.

    ESCALERA

    La noche me ofrendaba el tramo de silencio
    de una angosta escalera que mi fiebre mullía.
    En el rellano estabas -niña yo en ti- mirándome,
    resistiéndome al sueño en tus ojos perplejos.
    Me detuve un instante para besar tus sienes.
    Seguí subiendo luego, y entré en el cuarto, cómplice.

    (ROSAS)

    Aquella nada y todo al mismo tiempo
    eran la vida. Y fueron relucientes criaturas
    unas cuantas palabras que el agua desvanece,
    un aliento de luz sobre la escalera sucia.
    Por este oficio nuestro y esta sed compartida,
    medio muriendo vamos, perdidas, desnombradas,
    cruzada ya la raya del silencio,
    dolientes rosas rotas en el rincón de un cuarto.

    (De De la llama en que arde, 1988)

    PAPEL

    Para Rafael

    Un estado anterior a la página en blanco
    son las fibras de hilo
    que antes vistieron, desnudaron cuerpos,
    y luego, laceradas, el agua puso a flote.
    Sobre la blanca superficie contiendo mi batalla,
    mi agresión a los signos de los que alzo un recado
    que en el papel silencia su confidencia apenas; el papel,
    mi enemigo y mi cómplice, mi socio deseado, mi delator
    herido sin piedad a lo largo del alma.

    LA MARCHA

    Éramos gentes hechas al don de mansedumbre
    y a la vaga memoria de un camino a algún sitio.
    Y nadie dio la orden. -Quién sabría su instante. -
    Pero todos, a un tiempo y en silencio, dejamos
    el cobijo usual, el encendido fuego que al fin se extinguiría,
    las herramientas dóciles al uso por las manos,
    el cereal crecido, las palabras a medio, el agua derramándose.
    No hubo señal alguna. Nos pusimos en pie.
    No volvimos el rostro. Emprendimos la marcha.

    LA MÚSICA

    Volveré a tus estancias, padre Haendel, y a encerrarme con
    clave
    universal donde nada más oiga, o solo el roce
    de una esfera celeste; volveré a las estancias en las que fui
    creciendo
    y aspiré alguna vez a un sitio claro propio;
    yo, la desterrada ahora, la del exilio mudo por hastío de ti,
    desdeñado el antiguo amor y su servicio
    bajo el ardiente arco del verano y su caliente insinuación:
    bien venida al silencio.

    (De La pared contigua, 1989)

    RETRATO DE FRASCUELO

    Montera sobre el muslo, pie pequeño, entrecejo
    poblado, el fogonazo del magnesio detiene
    en tu recuerdo al toro y en el sepia tu imagen,
    como tuvo la tarde tu capote en suspenso.
    Yo te quito las medias de seda rosa, el luto
    rural de tu corbata, que en la cómoda cubren
    mi peina de carey, mi mantilla de blonda.

    NAO DE PIEDRA

    Pazo de Oca

    El agua o la certeza es quien domina,
    me fija a este lugar en esta hora
    no sabida, a esta paz, a estas hortensias:
    capitán y grumete, embarco a un tiempo mismo,
    surco el estanque y un reptil perverso
    va destrenzando mi cabello verde.

    (De La intrusa, 1992 )

    LA RUEDA

    Verdad es que en el mapa figuraba distante, que una rueda
    de mi maleta iba gimiendo, y que en las bocacalles
    su cansancio exponían con razón mis tacones.
    Signos quizás de pérdida -de la esperanza al menos- en la ciudad oscura,
    con mi mapa y más calles de rótulos vedados. Y ese joven
    que no sabría decirme sino el raído azul de su bufanda
    cuando busco un cobijo, de palabras siquiera.

    Andar y desandar con la ciudad ajena como albergue
    no mío: dádiva y negación a un torpe rodamiento
    que, de improviso, si esta es la Torre de la Pólvora,
    acalla su insistencia en dar fin al viaje.

    (De El puente,1992)

    LA CASA

    Me adentraba por ella -ante mí en la cubierta del libro-,
    en su planta cuadrada y un silencio en sus muebles que adivino o invento:
    podría pintarla como cuando era niña y abrir con una cuchilla sus ventanas,
    porque ella era mi mundo inserto en otro mundo de intimidad discreta
    que yo invadía y daba a los demás.
    Lo que en ella pasaba -un perro, una bombilla- me resultó feliz.

    LA NIÑA

    La niña de trenzas y flequillo, de babero y maleta a la espalda,
    en la que me enseñaron a reconocerme las fotos de los míos,
    hoy, frente a mí, en este cuaderno aparece.
    Coincidencia feliz: de esa criatura vine
    para llegar a ella tras de un largo camino.
    Te lo ruego: sigue tú misma, o vuelve y disfruta de tus padres aún jóvenes,
    la borrega y el agua en el cauce de piedra. No te preocupes:
    soy una de esas señoras que se encuentran a veces de visita en las casas
    y cuyo nombre no vuelve a recordarse.

    (De A orillas del Ems, 1997)

    LA UMBELA

    Con sólo el breve toldo o un palio o una umbela
    de algún moral, me estaba protegiendo. Caían
    los fardos por el suelo desde los altos carros
    y me cegaba el polvo y el trajín las pestañas.
    Me abrí el pecho de niña -digo, la blusa- y pude
    dar un soplo de vida a los muñecos, con los brazos en cruz,
    que amasaba con tierra junto al cauce,
    uno después de otro. Examiné su hilera. Interminablemente
    proseguía su línea, no sé adónde.

    EL MIRLO

    Los silencios,
    las tiernas medias voces compartidas,
    a la extendida noche extenuada regresan
    como a su sitio propio,
    aunque la historia aquella esté dada al olvido.

    Alma mía, que en vanos
    tientos te vuelves a debatir, regresa
    tú también a los días superpuestos.
    En la araucaria, el canto de un mirlo me sostuvo
    hasta rayar el alba.

    UNA VELA ENCENDIDA

    Puedo a un tiempo enmarcar el codicioso espacio
    que se sabe mis señas, puedo llamarlo "vida",
    puedo incluso alcanzar que me devuelva enteros
    cada uno de mis pasos, con tan sólo
    encender una vela y ponerla delante. Pero no sabré nunca
    qué peso añadirá mi imagen al espejo,
    qué peso el de la luz de una vela encendida.

    ALGO DE VIDA

    Algo de vida ronda aún por los cuartos:
    un último suspiro retenido
    que me abarca sin voz entre sus pertenencias
    rozando los olores de la casa
    y algún papel quizás.
    Algún momento
    pensé en un cierto ensalmo o en abrirme las venas
    y luego desistí, para poder contarlo.

    (De Las contemplaciones, 1997)

    LA CASA

    Su natural tendencia a deshacerse se agrava cada noche:
    aparadores, mantas, armarios se dislocan.
    A veces me desvelo en la cruz de la araucaria
    con la mano acogiendo una ardilla incisiva.

    Vendrán la aurora y, luego, el mar perseverantemente roto,
    y yo con él. Está ya todo a punto: la casa se deshace.
    Se me erizan escamas. La resina. La crema limpiadora.
    La araucaria. La ardilla. Mi sueño insoportable.

    LOS HELECHOS

    Bajo el helecho un roedor sestea
    y yo duermo también. Son las plácidas horas
    de la solar culminación del día. Nada importan
    ahora las demás, regladas por su uso.

    Pediré un duermevela, casi desperanzada luego,
    despertarme -sin que ello me importe demasiado-,
    para poder llegarme al quicio de las estaciones
    y a su presunta belleza desmedida.

    Se van a abrir las lilas de un momento a otro
    y huele el aire a hace veinte años. Me acojo
    a su íntimo rincón. La verdad
    es siempre adolescente, a su pesar, e ingenua.

    (De El hueco, 2003)

    LAS PALOMAS

    Descansaba yo en paz, alta la tarde,
    y estaba el cielo en paz y tú venías,
    Y estaba recogiéndose el arrullo
    de unas palomas frente a mi baranda,
    quietas de otro quehacer que un suave compartirse,
    y era todo un sosiego ya atenuada a la luz,
    mientras yo me iba haciendo a la caricia
    con que sueles venirme, alta la tarde.

    (De El umbral, 2011)