HAY CAVERNAS
Hay cavernas como senos maternos, sin luz, refractarias a la realidad, excluyentes, lugares idóneos para que los lares protejan a sus ocupantes. Solo las sombras son perceptibles en su interior, agigantadas, deformes, a la medida de un Platón confiado, capaz de atravesar los siglos. Y en el éxito de ese tránsito es cuando el mito de la caverna se forja de nuevo, en el interior mullido de los love hotels.
El hotel La França era un hotel-guarida: cuatro paredes con papel pintado a rayas marrones y crema; cabecero de estilo clásico de forja, con barrotes sinuosos, torneados, disfrazados de fucsia, rematados en sus dos extremos por dos brillantes piñas de latón; sillón isabelino más sofá biplaza a juego, tapizados en el mismo color, sobre madera blanca, junto a una oportuna mesa de centro, redonda, con sobre oscuro. Enfrente de la cama, un armario macizo, con un panel frontal pintado en azul y fucsia, la imagen difusa de ráfagas y constelaciones en gravitación. Alegría en la sobriedad, chispas circenses en un ambiente anacrónico, trampantojo de la elegancia. El lugar, subrepticio, convertía en crisálidas los cuerpos de los amantes. De dentro para afuera, sin que el afuera supusiera ni un metro libre sobre el suelo de parqué color cerezo. Mínima distancia al lecho blanco, prístino, encajado entre la pared y un inmenso espejo. Para contemplar los cuerpos desnudos. Ahí, en el epicentro del deseo.
También Tina era de piel blanca, casi translúcida, y sus venas azules formaban un mapa cuyo recorrido ascendía por el cuello, pasaba por las sienes, reposaba sobre el inicio de su nariz y luego se precipitaba sobre la cascada de sus pechos, el contorno de sus muslos, sus nalgas de caderas redondeadas. Gerard y Tina se habían desnudado a toda prisa, entre besos, y ahora se miraban, de pie junto a la cama. Él, menos pálido que la joven, fibrado pero no excesivamente musculoso, casi barbilampiño, con un cierto desvalimiento que corroboraba la delicadeza de sus manos, que desmentía el tamaño de su miembro, erguido, orgulloso, dispuesto a hacer prevalecer su dominio de macho alfa. Sin embargo, a Tina la enterneció el vello castaño que tímidamente asomaba sobre su esternón, la pelusa suave, clara, de sus extremidades. Su espalda, proporcionalmente ancha y bien formada, contrarrestaba su aspecto de efebo y le confería la elegancia de un gentleman, refinado y deseable.
"Moi, je t'aime", decía con voz entrecortada Jane Birkin, en el hilo musical de la habitación, mientras el aire se espesaba en un susurro interminable. Gemía el colchón, el grifo del baño que el anterior huésped no había cerrado bien, el picaporte voyeur y hasta la puerta luchando por desembarazarse de la bisagra. La cortina, ante la brisa inexistente, buscaba el abrazo de sus propios pliegues. "Moi non plus."
(Fragmento de la novela inédita Hijos del agua)

Ja ha passat el temps dels grans homes. Ha arribat el dels homes grans
Del projecte El temps a Chicago
CARME JUST
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