TORNOS1
Se me hicieron los ojos a los azafraneros,
sus espaldas oscuras cruzando mi silencio,
las suelas en el frío, la flor más delicada
atisbando la aurora sus estigmas de fuego
apenas un instante antes de ser robada.
A los mares de trigo se me hicieron los ojos
con el sol despiadado contrayéndome el rostro,
las caricias de manos con olor a lejía;
entre estambres y pétalos, las mujeres en corros
desflorando unas tardes que pensé que eran mías.
Y a la nieve, como puro fanal, se me hizo el alma:
el milagro más bello, la alegría más blanca,
juramento irrompible sin saber qué jurábamos,
alfiler de nobleza que hacia el norte señala
aun sabiendo que el rumbo se nos va de las manos.
Dúctil, se me hizo el alma a aquel cosmos de amores,
al camino a la ermita, los amigos de entonces...
a los cuartos sencillos de la casa del médico,
mi familia hecha carne de mis propios albores
y saltar calle abajo por salir a tu encuentro.
Nos marchamos de pronto. Aún estoy contemplando
las figuras queridas agitando las manos
por el cristal del coche. No viniste aquel día.
Saqueado mi mundo, desde mis pocos años
aprendí para siempre el sabor de la herida.
1Tornos es el pueblo donde nací y donde viví los primeros años de mi vida. Pertenece a la provincia de Teruel. Está situado en el Campo de Bello, próximo a la laguna de Gallocanta. En aquellos años, era importante en el pueblo el cultivo del azafrán. La flor, que brota en otoño, se recoge a mano en cuanto se abre, en las primeras horas de la mañana, para evitar que el sol queme los estambres, que constituyen la especia y que el mismo día se separarán de la corola para ser posteriormente secados.
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TODAS LAS RISAS
No nos quedó en el cofre
de las semillas
ni una sola risa guardada
que pudiera ser fósil o ser moho.
Hubo invisibles torrentes de alegría.
Jugamos, divertidos,
al ingenio más bobo
tantas veces
que hasta desafiamos la paciencia
del ermitaño imperturbable.
Resquebrajamos bajo el hierro viejo
las contumaces cáscaras de las almendras
y fuimos tanto invierno como estío.
Hicimos crujir las hojas de los periódicos
y los papeles que envolvían los regalos.
Ya nos había mordido
el áspid que acecha la cuna,
mas qué importaba
si nos teníamos.
Y ahora,
cuando el tiempo expone impúdicamente
lo que fue y lo que no,
brilla en el aire como hoguera
cada una de esas risas consumadas.
Y así,
no necesito arrepentirme.
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