Flotan jazmines sobre noches
marineras de agosto.
Una luna revienta su fulgor en tus hombros;
mi aliento te retiene por tus rubias pestañas.
Oigamos cómo baten los remos en el agua
en glorioso latido, noche, noche.
En lo profundo hay algo, algo que ama,
una pequeña bola que se forma despacio.
Jazmines sobre el mar, pupilas que pisamos
por juego en la arenosa orilla,
y en el pliegue que amas encontramos
la noche y el verano.
Inesperado acorde que oyen sólo
recónditos amantes en sus mares.
LA PANTERA
Las garras ya sujetan
el escabel minúsculo.
La pantera jadea, arrinconada.
Luce el colmillo refulgente,
y esconde los zarpazos.
Sólo le queda, al fondo de los ojos,
sitio para una imagen;
el domador de blanco y el látigo de plata.
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Querámonos sin miedo, que la tarde
destila aún despacio unas gotas de sangre.
Aún no es de noche. Sobre tu cuerpo,
suave como musgo, afelpado de negro,
marino fondo húmedo, desliza la ironía
sus rasantes cuchillos; te corta con cuidado,
un vestido de aire. Un ligero temblor, un sutil vaho
apenas nos defiende de las ácidas tardes
y de noches tan densas. Y tú respiras
misteriosamente; galaxia enorme
bajo mi vista, vertiginoso amor de tus estrellas
a miles y millares bajo tu piel rojiza.
¿Un vestido de humo, cuánto dura?
No mires la ventana, no agites más navajas
contra el cristal tan fino. Quiero verte aún más
durmiendo como un buque, navegante
de noches de cien lunas, contra el cielo;
ese cuerpo nocturno que amenaza
vomitarnos encima sus planetas.
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