Febrero de 2021
Agradecer que la mañana abra sus párpados
y hoy te inunde la dicha, la sentida presencia de estar viva,
y ver que las personas estimadas responden
a tu habitual reclamo,
sabiendo que el juez funesto que es la muerte
sigue escribiendo su sentencia sin causa
en las puertas de al lado,
sigue colándose en neveras pletóricas,
o en camas de algodonosas sábanas con olor a futuro,
sigue como un vampiro succionando el aire ajeno
por tu misma calle, por el camino andado que recorta
distancia del instante más cierto.
Agradecer, pese al invierno, pese al desvalimiento
que produce la luz, flor ceniza derramada
sobre ese velo glauco de unos ojos,
saber que la mano rasgándolo y asiendo la cortina
desvelará el milagro de otro día de oro,
que se instala en las ardientes horas transitorias
de tu terraza o tu balcón, borrando
con su lúcida goma cualquier opacidad.
Agradecer, pese a la ausencia del libre declinar
augurando la noche, que antes nos demoraba
en las altas secretas galerías del olor a jazmín,
pese a las obligadas cancelas que resguardan,
saber que las olas persistentes nos están esperando
en la líquida catedral a cielo abierto,
invitados a su danza nupcial, sus vestidos de tul
que quisieran con su frufrú decirnos al oído
lo que el mar esconde del porvenir del mundo,
porque en la arena cifran con sus blancas puntillas
ese asombro que vive en el misterio
que nos late, y nos hace seguir tras una estela.
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