VEN
Ven. La niebla del otoño vela y humedece el musgo
con brillos mates, esmeralda.
Ruedan las hojas del haya, tesoro de monedas de bronce dorado.
Por delante de nuestros pasos, llama roja, temblorosa,
salta la ardilla.
Alisos negros, retorcidos,
silban junto al pantano
en el resplandor cobrizo del atardecer.
Tú eres mi casa
en cualquier calle del mundo
en cualquier hondonada,
en cualquier colina.
Tú, mi techo, languidecerás
conmigo, extenuado
bajo el mediodía abrasador,
te estremecerás conmigo
cuando azote una tormenta de nieve...
Pasaremos hambre y sed,
juntos resistiremos,
juntos un día caeremos
al borde del camino, cubierto de polvo,
y lloraremos.
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EL ÁNGEL EN EL BOSQUE
Dame tu mano, tu mano querida,
y ven conmigo,
pues queremos alejarnos de los hombres.
Son mezquinos, ruines y su mezquina ruindad nos odia
y mortifica.
Sus ojos rondan maliciosos por nuestro rostro
y su oído ávido manosea
las palabras de nuestra boca.
Recogen beleño...
Así que huyamos
a los campos soñadores que,
gentiles, con flores y hierba,
confortan nuestros pies vagabundos,
al borde del río que, con paciencia, carga sobre
su espalda
imponentes fardos,
pesados barcos repletos de mercancías,
con los animales del bosque,
que no murmuran.
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