DEMASIADA MEMORIA
Agendas viejas. Bosques en mayo. Camisas
compradas cerca de la playa. Cicatrices, una.
Tengo demasiada memoria. El ovillo de hilo
rueda y yo le sigo, de eso se trata, nadie
querría ser el que recoge hilo sucio. También escuché
a Mozart en Nueva York, pero cuando suenan
esas notas a donde vuelvo es a aquella iglesia
de la Via del Corso. Demasiada memoria.
Tenías el colchón en el suelo. Eso lo recuerdo.
Y también la cuesta que llevaba a tu casa en aquella
calle oscura, detrás de la estación. Me grababas
en una casete tus canciones favoritas y luego
traducíamos las letras. Recuerdo más cosas,
desde luego, pero esto es lo que llega ahora,
como el olor que nos sorprende en la calle
y nos devuelve un rostro, otro paisaje, más vida.
No quiero escarbar más, recuerdo demasiadas
cosas. Se me ha ocurrido decirte: recordarás tal vez
el día que nos despedimos, las frases vagas
que se dicen en esos casos y que no evitamos,
cada uno tenemos nuestro camino, seguir buscando
es lo que toca, es lo mejor, nos quedamos con lo bueno.
Arcos románicos. Semáforos en rojo bajo la lluvia.
Una mesa puesta frente al mar. El amor sin prisa.
¿Quizás tú encontraste lo que esperabas?
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BONDESTUE
Bergen Kunstmuseum
Hastiados, vamos de museo en museo
sin fijarnos ya en las obras maestras
repetidas en libros y catálogos,
buscando, como en la vida, el detalle
que salve un conjunto tirando a mediocre:
un raspado oro del románico,
una taza en una habitación
en la que nunca estaremos,
una trenza de humo tras una ventana.
Después de pasar con prisa
por las salas repletas de paisajes
-todos los países han tenido su siglo xix,
cambiando campiñas por glaciares,
Sorrento por Nápoles-
encontrarás ese pequeño cuadro, "Interior",
de un tal Berent Grønvold:
en una habitación en penumbra
un niño apoyado en un banco
se asoma a la ventana
entre una maceta y una botella
para ver lo que hay fuera,
un manojo de sol despeinado.
Y aunque el niño
en nada se te parezca
pensarás en cómo a su edad
soñabas tú con estos nortes
asomado a otra ventana,
estos nortes lejanos de comerciantes
y bárbaros -¡antes que Ibsen
fue Vicky el Vikingo!- y en que hoy
estás, no, aquel niño está por fin aquí,
sentado en los escritorios de aquellos navegantes,
blandiendo una espada vikinga,
¡comiendo carne de ballena!
y dejas a aquel niño en el mercado del pescado
mientras recoges tus cosas para seguir viaje
camino de quien tienes que ser
a quien quieres ser
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