Cabañas en el desierto
de Teresa Shaw
Animal Sospechoso editor
Barcelona, 2019
Poesía. Págs. 102
CABAÑAS EN EL DESIERTO, "ECHAR RAÍCES PARA CUANDO
VENGAN LAS BORRASCAS"
Más de dos mil años
charcas y moscas
duelos y cenizas
errancia y desolación.
Enséñanos a sufrir la injusticia,
que el dolor no cause más dolor.
Apártanos de cualquier tierra prometida,
sobre todo, que no nos embauquen
los príncipes de este mundo.
Lo primero que sorprende de Cabañas en el desierto, cuarto libro publicado por Teresa Shaw, es la estrategia simbólica de una escritura que con aparente sencillez, dice lo que enuncia apenas. Como quien dice sin decir, si se permite razonar por paradojas. El libro está dividido en tres partes: "El pozo" (10 poemas), "El fresno" (18 poemas) y "El agua" (12 poemas) para un total de 40 textos en total. Tres partes del libro que están tejidas en una trama que va de la humanidad (o de lo general) al individuo (a lo individual, valga la redundancia), tejiendo redes entre una y otra parte y alimentando ese simbolismo mencionado más arriba.
Sin embargo, antes de adentrarnos en el libro, es necesario detenerse, aunque sea brevemente, en el epígrafe del libro que retrotrae al lector a la liberación de Egipto del pueblo judío, en pleno desierto, donde lo que primero hizo esta colectividad fue construir unas chozas (precarias, todo hay que decirlo) que eran ya desde ese momento iniciático, un esbozo de colectividad: "Para que sepan vuestros descendientes que en cabañas hice yo habitar a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto" (Levítico XXIII, 43). Todo hecho fundacional, por precario que sea, es una seña de identidad.
Los poemas de la primera parte, "El pozo", hablan al lector de "de dónde venimos todos", como afirmando que antes de nosotros, antes de nuestra mirada, nada existía. Sólo lo humano tiene la capacidad de nombrar, de dar un nombre al yo de las personas y de las cosas.
Sobre esta estructura se teje, a través de la idea de que la mirada del poeta es la mirada del mundo, la palabra capaz de designar un nosotros, una cultura, una colectividad. Es a lo largo de esta primera parte que ese "desierto" y esas "cabañas" (nosotros) cobran un sentido de humanidad entendida como un yo colectivo.
Nada somos, sino la invención de un lenguaje. Para todos, en general, esta afirmación es un atractivo antídoto contra los males del ego; para un poeta en particular, el hecho de que no seamos más que una invención del lenguaje, es el origen de la creación, el origen del mundo poético. De hecho, hacia la mitad del primer poema de la segunda parte del libro, "El fresno", en página 37, dice:
Te nombro a la distancia, / donde los juncos y la cañada/ proclaman -igual tú-/ la inexistencia/ de un yo que era/ en el relato de nadie. / Y me recuerdan que esta que te dice, que me / dice, / como quien retorna / al pasar, / no es más que el eco / de un rumor indistinguible / sembrado/ en las paredes del lenguaje.
Los poemas de "El fresno", para decirlo con un verso de la poeta, trabaja en la conciencia del lector diseminando en sus versos la necesidad de "echar raíces para cuando vengan las borrascas". Esto sin olvidar que el fresno, árbol mágico para un sinnúmero de pueblos, es un árbol poderoso, que representa la solidez y la estabilidad necesarias para auspiciar larga vida y prosperidad
Por paradójico que pueda parecer, esta necesidad que esboza la poeta de plantar cara, habla, en realidad, de la necesidad de convertirnos en inútiles para causas demasiado generales y abstractas.
El de Cabañas en el desierto, no es un yo bobalicón que funde un nosotros en las raíces de la sola esperanza de la simple existencia; por el contrario, se trata de un yo de cultura, de creación humana, de esperanza en las fuerzas creativas y constructoras del ser humano, entendido no como especie, sino como colectividad que deja una herencia a la vez que la hereda para existir.
Por ello, esta segunda parte se puede sintetizar en la idea de que "la mirada del poeta es vigilia, lucidez". Voz de aliento y de alarma, faro de la colectividad (su intuición y su voz generan sentido a partir de lo más humano de la colectividad: la palabra).
"El agua", tercera parte del poemario, es toda un acta de intenciones de cara al futuro, pese a la amenaza de la autodestrucción colectiva que siempre está al acecho, al menos en lo que denominamos Occidente.
¿Qué necesidad hay de mencionar el potente simbolismo del agua? Tal vez sea necesario tomar un aspecto inusual de este rico simbolismo, y decir que es a partir del agua "donde echamos a andar la libertad".
Este tercer y último pilar del libro es materia de esperanza, no obstante más de uno de sus poemas nos cante realidades atroces, como en el poema de página 23, que concluye con estos versos:
En seguida repartieron los despojos / bajo la misma sombra hospitalaria. / No conocieron su crimen. / En el gran sueño de la vida / sólo uno es el dios / y exige sacrificios.
"El agua", el apartado final del libro enciende una luciérnaga de esperanza, no a partir de un credo en particular, sino a partir de la libertad individual, a partir precisamente, de la responsabilidad que tenemos todos y cada uno con respecto a esta última. ¿Es demasiado decir que "la mirada del poeta es una mirada de esperanza"?
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