No es tan solo un tránsito
el sentir de la ondina
sumergida en el fluido primitivo
que acogiendo su forma
le golpea o le acaricia.
Nada ha cambiado,
la fuerza siempre la propulsa
desde el oscuro seno
sin reconocer su docilidad,
la sumisión al juego primigenio.
Mientras se desliza, el reflujo
le devuelve el húmedo frescor
del conocido ámbito,
hogar seguro de confortable blandura,
y ni siquiera sabe si es ella
quien con su empeño emerge
o es el hábito de la profundidad
terca empeñada en arrojar
cualquier presencia indeseada
que venga a perturbar
su sagrada existencia.
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A Rosana
Te sorprendes ante una duna estática
que contraviene al viento,
sientes cómo enmudece el instante
tras el golpe seco de la ola que se agota
suspendiendo un breve y súbito silencio.
Con corazón danzante te habías dirigido
a tus otras casas
a vivir otras lejanías
y con docilidad permitirte un baño
de desconocidos cantos, brisas
y hasta inusuales colores.
Abismada observas el tono rojizo
de la orilla donde diminutos granos
de arena compiten en sus formas
y, mientras, la tarde se extingue sin estridencias
oyéndose apenas el roce del paso
de las hojas de un libro.
Te resistes a emprender el camino de vuelta
si no es después de agotar todos los goces
que te ofrecen sonidos,
roces cálidos de suave hálito,
y la luz dorada del poniente en agonía
adornando tu inesperado privilegio.
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