Azul abismo que se eleva y brota hacia su albura,
que hubo de deslizarse desde su holgada solidez hacia las aguas,
que se ofrece como seres y cosas al declive por el envenenamiento ígneo de la luz,
flotando en la materia que lo ha de desleír exhibe su quebrada belleza,
nuestra mirada apresa el desmoronamiento de lo efímero en la nieve
que camina como nuestro destino hacia el desbordamiento y la incerteza,
aún nieva desde el cielo, y a lo lejos pronunciamos las crujientes pisadas como flor en lo albo
al lado de las marcas holladas del gran oso polar,
arrastrando su pesada figura sobre el suelo que esconde una traición.
Lo diáfano transporta a ese gélido manto del juego
y de la infancia, la sólida consistencia de la nieve,
los cuajados almendros, el brillo
de la miel y las abejas alejados de un mundo en extinción.
Desde lo alto las nubes auguran nuevos tiempos de permanente exilio
para los seres que leales al lugar
de sus ancestros se han de entregar al abandono.
La blancura rasgada por la luz penetra en nuestros ojos, avistamos
a los fieles pingüinos de elegantes perfiles, sus agudos oídos
a la búsqueda entre la muchedumbre del elegiaco canto de la amada, de la madre y del hijo
al borde de la espera y de la extenuación de un cuerpovulnerable.
Y al final el reencuentro, la dicha de la holgura, y, no obstante
la merma del espacio, los lindes de una primordial existencia que al raso de la noche se fundan
en escudo contra airadas tormentas que llegan de otros mundos cálidos y humeantes.
Aún nieva, se derraman los copos sobre los edificios
que en la ciudad se alzan colmados de los bienes que las nieves anuncian cubriendo la miseria
de pasos que se albergan en austeras buhardillas al filo del yermo precipicio, o al fondo de los sótanos,
para ascender de nuevo a la noche nevada del brasero de estrellas que alumbran y que calman
de todos los abismos que indescifrables yacen en la hondura emergiendo belleza:
la visión del glaciar crepuscular, la albura de la nieve y su fugacidad, la arriesgada y dolorosa lucha.
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