ENTRE EL DIOS Y SU MANO
Alguien te lleva por campos sembrados de arroz
hacia los arpones de la vida
volverás colmada y repartiendo
volverás para trocar la cuerda del ahorcado
en serpentina de luz
volverás endurecida y compacta
a mirar la vida desde el ojo ámbar de un armadillo
cuenta los granos en tu alforja
cuenta la grieta endurecida que se forma cuando nace una flor
cuenta lo que resbala hacia el cántaro del que nadie tiene sed.
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Monasterio de la Trinidad y San Sergio
Sérguiev Posad, Óblast de Moscú, Rusia.
ENRIC VELO
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EL SEMBRADOR
La tarde se extendía sobre un fondo de espejos, se abatieron muros y colinas, que no supieron decir todos sus secretos. Volviste con la única razón de una pregunta y todo respondía anegándose, anocheciendo. No tengo identidad, pensaste, en ninguna tierra podrás plantar tu casa, todo cuanto has venido a llevarte, llévatelo ya, llena tus alforjas de arena, siembra palabras en la tierra del otro, como si una memoria de cosecha hubiera puesto en tu mano todas las semillas y todas las hambrunas.
HE AMADO LOS GRANDES RÍOS, que muelen la avena el mijo y el arroz cosechado por mujeres de hermosos ojos rasgados, he amado la ínfima semilla que saciará el hambre de niños que juegan sobre misiles, y que ha sido germinada por aguas de estaño, he amado las aguas que bañan las piedras de Cuzco, Java, Eritrea, he amado el espíritu de las aguas en las que los viajeros reflejan sus gestos y sus sombreros, he amado el agua en que abrevó Platero, las aguas recogidas sobre la fuente de una iglesia del páramo andino, donde las gentes cambian mazorcas, aves, tambores.
He amado tanto, tanto el don de las aguas, que es hora de ocuparme de la sed.
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