Así me voy matando un poco cada día
Así me voy matando un poco cada día:
estrujándome el duelo, destemplando la almohada,
calcinando minutos que no saben a nada
y negándole el nombre a la melancolía.
Así me voy matando: guardando amordazado
el clamor extenuado de mi espíritu fiero,
cerrándome los ojos al destral con que hiero
golpe a golpe las médulas del cuerpo que he encarnado.
Encadenando risas, entrechocando copas...
Que nadie se entrometa en este lento trance
de estrangular el tiempo conservando la estampa.
Distrayendo la huida con mis mejores ropas,
guiñando un ojo al mundo mientras el baile avance:
ataviada de vida, morir haciendo trampa.
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La carne de la carne
Si me recorre el surco de tu dedo la espalda,
si me llegan las olas en un escalofrío a detener...
No estás, pero te noto. Más que un estómago
tengo tu hueco. Entiende.
No estás, pero sí estás.
Y en tanto pálpito como adivino,
vuelve el vano a formarse. Sin querer
nos hicimos los lazos.
No miré, pero supe.
Ya pasó el tiempo de elecciones y de miradas.
Sí. No. Jugábamos a no hacer nada.
Hicimos. Y ahora, en el ver, queda sin más
una imagen desnuda. Salvada de deseos y de sueños.
La carne de la carne.
Sin buscar
encontramos la alquimia
rastreada por tantos a veces para nada.
Y esto no se deshace.
Si acaso, se desgarra.
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