Todas ellas son mujeres sin nombre.
Venían de las playas del verano
ajenas al tiempo y condenadas
a sus cuerpos que no voy a enumerar
pero recuerdo. Reían. Hablaban.
Se miraba los pechos. Exhibían
la falacia del deseo. Rechazaban
la crueldad de los inviernos,
la ignominia de tanta hoja
podrida en el jardín
como se pudrían, con aroma,
las frutas del verano.
Son muchas, tantas las mujeres
que piensan en el sexo,
que sueñan escaleras llenas de ojos,
que se lamen los lóbulos
a falta de otro amor.
He visto a las mujeres
huyendo de los conventos,
orgullosas de llamarse Rita,
Asunción, Diamela la más audaz,
y he visto carros de heno
con un bullicio dentro.
La llamo por su nombre
lentamente. Y me escucha.
Los muertos que llegan a mi casa
me duelen
porque son mis muertos,
los que un día murieron
mientras yo estaba vivo.
Los había olvidado y, de pronto,
abro la ventana
y los veo llegar
arrastrando los pies
como si no hubiesen muerto.
Les abro la puerta
y les pido que, por favor,
no rompan el silencio
en el que he vivido
desde que se fueron.
Y ahora,
presencia que me ciega,
corazón que me ciega enormemente,
veo a la que me causó tanto dolor,
a la que una mañana se ausentó
de mi vida
y regresa como una caléndula
llena de luz
y vivo en la plenitud de este jardín
de una sola flor.
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En el espejo eras más hermosa.
Y, sin embargo,
el vaho te ocultaba
como te oculta ahora mi memoria.
Han cuidado al caballo
mientras yo estaba en coma
pero no se han acordado de mí
(ni yo de ellos, algo inevitable).
Necesito salir de casa
para estar solo
y huir de esta soledad que me rodea.
¿Quieren más al caballo que a mí?
¿Se acordarán de él cuando no esté?
Quisiera dormir de nuevo.
No un sueño eterno,
sino hasta que dure
la interminable vida.
Esta primavera he estado ausente
y ahora vivo en un rencor insaciable.
Ellos se han llevado a mi caballo.
¿Se acordará el caballo de mí?
Pido a Dios
que me deje creer en él
o en algo que consuele.
Pero Dios se ha ido para siempre.
Y yo me he ido para siempre
de todos, pero no de mí.
Cuando salgo a la calle
oigo una llamada de teléfono
y me consuela saber
que no hay nadie en casa.
Dies cremats com a paper japonès
dels que no queda mes que la cendra
de la memòria. Caminem a palpentes.
La remor de la llum que s'allunya
vers l'oblit, pous d'ombra negra al cor
pols als ulls que inventaven el teu cos
i el buscaven en la musica
de las nits de fanals de l'estiu.
Cecs d'una rancúnia que neix de l'amor,
perduts en la malson d'un bosc
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