LA NOCHE VENDRÁ PRONTO
Ya ves, mujer amada,
cómo declina el sol tras la cadena
de sombrías montañas.
Allá sobre las cumbres quedan
unas brasas de amor que reverberan.
La noche vendrá pronto
y cubrirá de estrellas y ceniza
el último rescoldo.
Abrázame, mi vida,
quiero, bajo tu piel, sentir la brasa viva.
Aún tardará la Luna.
Cojamos una manta y la linterna,
caminemos a oscuras
y, echados en la hierba,
abrazados, miremos las estrellas.
Aquella es la Polar
-te digo y tú dibujas con el dedo
el carro irregular
y el mango casi recto.
Luego callamos -grillos y silencio-
y clavamos los ojos
queriendo penetrar hasta el final,
ingenuamente, el cosmos
que crece hasta anular
cualquier atisbo de ego o estima personal.
Del todo anonadado,
huyo la realidad, cierro los ojos,
se me crispan las manos
y los dedos ansiosos
se aferran a la hierba; siento ahogo.
-¿Qué te sucede, Ignacio?
Es tu voz, sí, tu voz la que me salva,
y el tacto de tu mano
otra vez me rescata
de la angustia y el pánico a la nada.
-Nada, nada -contesto-
estaba adormilado, ya estoy bien.
-Está precioso el cielo.
Me emociona saber
que nosotros formamos parte de él.
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JUAN GONZÁLEZ DIZ
¡Parte del universo!
Eso es. Solo una mota consciente
y testigo perplejo
de algo que no comprendes:
el caos más hermoso y ordenado. Eso eres.
Ahora ya morir
será como volver al fin a casa
y volver a vestir
la ropa abandonada
el día que partiste: tierra y agua.
¿Y el alma? No; la vida
seguirá tras de ti cambiante y varia,
y el cosmos su deriva;
y tú, mota liviana,
irás en él inerte ya y callada.
Y habrá, sí, quien recuerde
tu imagen y tu nombre algunos años;
mas luego finalmente
quedarán registrados
en archivos; tal vez en un cofre guardados.
-Mira, la Luna sale,
es mucha ya la luz y siento frío.
Tú te levantas ágil,
yo lento, gruño y gimo.
Amantes contingentes bajo un cielo infinito.
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