LA MUJER QUE ALBERGA EN SU NOMBRE
La mujer que alberga en su nombre
los misterios del paisaje;
la mujer que tiene labios etruscos,
mirada de hematita incendiada y cabello zaíno;
la mujer que juega con gatos antes de cenar
y dibuja a tinta la silueta obstinada del sueño;
la mujer que lee poemas
y mira en la ventana lunas de fuego;
la mujer que abre sus pechos al viento
y se tiende sólo piel en la arena para hacerse ola;
la mujer que mira ensimismada
el vuelo lento y en uve de los alcatraces;
esa mujer,
ésa,
me ha dicho que el mar
nunca olvida la razón de su inmensidad
ni la causa de su vaivén infinito;
su destino se teje esta noche
entre susurros y latidos desbocados:
El Paraíso es un camino que empieza en su boca
y termina en el ardiente aleteo de estos dedos
que tatúan para siempre
versos de lluvia en su piel humedecida
y es clamor de pececillos en su vientre.
TERCOS AMANTES
Quisieran recobrar
la noche de sus truncados besos.
Ella se mece al ritmo de sus espumados dedos
y él agita sus banderas desde lo alto de los acantilados.
Sobre el horizonte
se difumina el flujo de sus embates.
La nostalgia se sabe inútil,
el tiempo chirría en la obsesa maquinaria del deseo
y la soledad se empecina en la noria
de los amantes tercos.
Un cuerpo y otro cuerpo
no son dos,
no suman uno,
no son nada,
es la lluvia que colma,
asombro enfebrecido,
el vasto paisaje de sus recuerdos idos.
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