El "sentir" del tiempo y el tiempo en sí (sus numerosas estaciones y las de la vida de cada uno); el percibir desde ningún rincón del mundo (porque la poesía, la verdadera, no tiene casa y no tiene demoras) las llamadas de la tierra y las voces interiores, ricas de amor, de soledad, de melancolía, de pensamientos que -escabrosos- se consumen y reducen la materia poética a grumos y a piedras; el existir que, en la Palabra insonora, tersa y abierta solo en la ficción, retorcida a veces como solo el dolor sabe, hace vibrar y conjugar versos que saben a prosa, de cotidiana mirada contemplativa de los días. Aquellos en que el amor alcanza su alto incendio; en que la muerte es amiga cercana y lejana en un diálogo confidencial con ella; en que el hombre-poeta se retuerce buscando fugas y arribadas donde ni están ni estarán, la palabra es bálsamo, que solo acaricia el alma y aclara la sombra. No hay rendición, sin embargo, para la esperanza, para la lucha y para el fin del poeta que quiere traducirse al mundo al trasponer significativamente cada acento suyo y decir, al dejar de sí una huella que en el mundo pueda y sepa deleitar. Esta es, pues, la función del poeta, esta la tarea de la poesía: ser el elemento catalizador del habitual aliento del yo interior y conservar la función civilizadora que los espíritus más elegidos desde siempre le han conferido.
En esta recopilación, en que se aprecian poesías escogidas de Sibilla Aleramo, Dino Campana, Umberto Saba, Giuseppe Ungaretti, Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo, Sandro Penna, Cesare Pavese, Cristina Campo, Maria Luisa Spaziani, Alda Merini, Antonia Pozzi, Margherita Guidacci, Gerardo Vacana, Giuseppe Napolitano, Amerigo Iannacone y Maria Teresa Liuzzo, este divino aliento -en la pluralidad de las voces, las expresiones y las corrientes poéticas, de la cronología y las geografías de los autores- trasluce en todo su vitalismo y en su sempiterna función que también los traductores Rodolfo del Hoyo, Eduardo Margaretto y Carlos Vitale han querido reservarles. Les estamos agradecidos, entonces, por esta enésima operación cultural y de promoción de la poesía. Aquella alta, expresión del más alto sentir que la poesía italiana del siglo XX haya sabido expresar.
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