EL ARRESTO
Le retienen las muñecas con anchas correas.
Es por su bien, me convencen,
por unos instantes.
A LOS PIES
Bajo,
aún más abajo
el acantilado acumula su espuma.
EL PARTE
Continuarán
en las próximas horas:
marejada y aguacero,
toses y brumas hasta el amanecer.
AL MORIBUNDO
Se ralentiza el temblor,
abre apenas los ojos
procurando no parpadear.
Entre los dedos se vacía
el gesto y boca arriba, en el esfuerzo del tórax
por corregir la asfixia, el último estertor
se hace silencio,
ya sólo el silencio del oxígeno,
silbando,
la inmovilidad, las paredes
ciegas, y una enfermera que vendrá
después
a taparle la cabeza con la sábana extendida.
|

|