CIÑO EL PASO
Ciño el paso al de mi madre
que se apoya en el bastón
y en el hueco de mi brazo.
Hace ya casi una vida
era yo el que me agarraba
de su vestido y su mano.
Cuando miraba hacia arriba
siempre había una sonrisa
en el cielo de sus labios.
Ahora agacho la cabeza
y contemplo su cabello
por la escarcha acariciado.
Volvemos despacio a casa
y nos sentamos al sol
en el parque solitario.
Ella mira las palomas
que picotean alegres
y zurean al mirarnos.
En esos momentos
el tiempo no existe,
solo el mágico presente.
Ni el futuro ni el pasado.
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EN LA PENUMBRA
Ululan las sirenas
y las luces pululan
en esta extraña noche
que abre la primavera.
Se encabrita una línea
y piafa inquieta
sobre un papel de hielo
que estremece mi alma.
Otra vez las sirenas
y las luces inciertas
desgarran el asfalto.
Apoyo la cabeza
en la penumbra
y me adormezco.
Veo por la ventana un hangar
y los recuerdos me envuelven…
Es ahora una estación
donde médicos de blanco
son ferroviarios azules
y las enfermeras
mozos de equipajes.
Cuando mi madre me mira
escuchamos un silbato
y la habitación arranca
con un leve traqueteo.
La memoria abre las vías
hacia una nueva estación
que no figura en los mapas,
sino en el umbral del sueño.
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