Corpus Christi en Ávila
El 1 de julio de aquel año, amanecimos en Ávila dispuestos a desgastar el empedrado de sus calles y empaparnos de aire sano y medieval. Tras el desayuno comenzamos la peregrinación: hacía fresco en las calles, la gente pasaba con panes bajo el brazo, había un delicioso aroma de tahona y, al cabo de una hora, empezó el desfile de familias endomingadas, niños de primera comunión, velas en las manos, y un solemne y alegre picar de campanas. Pregunté a un lugareño qué sucedía y con la misma cara extrañada con la que mirábamos en nuestra niñez a los escasos extranjeros que nos visitaban y que por definición eran protestantes, es decir, curiosos herejes sin maldad, con esa extrañeza, pues, me dijo: "Es el Corpus. Y vamos a la procesión". Él nos explicó el recorrido del desfile religioso y nosotros seguimos nuestro periplo particular sabiendo que en cualquier encrucijada nos toparíamos con ellos. Y así fue, y cuando fue, cumplí con el deber respetuoso de ver, callar y pensar sigilosamente…
Procesión
Corpus Christi, incienso, cera,
reflejos de plata y oro;
traje oscuro, ceño serio,
en dos filas los devotos,
y un hervor de mariposas
sembrando el aire de pétalos
al paso de la custodia.
En un templete de plata,
lustrosa corte de clérigos
exhibe la Hostia Sagrada
oculta en vanos destellos.
Pasa y todos se santiguan;
con rostro impávido, tú
observas, callas, meditas.
Obispo en traje de gala,
canónigos arrogantes,
autoridades sumisas,
lacayos de maza y sable.
Pasa la banda y la plebe
rompe filas. Como toro
de Guisando permaneces.
Sólo la voz de la amada,
el sol que cae de justicia,
y el tufo de carne asada
te hacen volver a la vida.
Recorréis las callejuelas
y en el portal de un mesón
se pierden vuestras siluetas.
Cuando escribía estos versos meses más tarde y recordaba mi actitud "seria y respetuosa" mirando, callando y pensando mientras discurría el cortejo religioso ante mí, me vinieron a la memoria aquellos versos de D. Antonio: Y en todas partes he visto / caravanas de tristeza, / soberbios y melancólicos / borrachos de sombra negra / y pedantones al paño / que miran, callan y piensan / que saben porque no beben / el vino de las tabernas. Mala gente que camina / y va apestando la tierra.
Y una pregunta retórica, cual temblor inquisitorial, sacudió las cuerdas de mi lira ética:
¿Tendrá razón don Antonio?
¿Por no humillar la cabeza
seré un pedantón al paño
que va apestando la tierra?
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