ADIÓS INTEMPORAL
Constelación de Tauro
Cuarto milenio
Acuérdate de Keón.
Durante el largo viaje, recuérdalo con honra.
No hay en Keón espigas que se mecen;
hay un desfiladero,
una grieta continua que fecunda la vida
debajo de las cúpulas.
No hay venas de amarilla savia;
no hay cosechas de añil más allá de los módulos.
Fuera de las Zonas no hay sustento,
ni vértigo, ni grises;
hay un confín cegado de vientos estelares
y abatida espesura mineral.
Desde la torre seis, el negro cielo es místico
y desconoce pausas; Aldebarán calcina
un soplo terminal.
Aquí dejas el clima fraudulento,
los vectores de paso,
el disuelto rudimento del arte.
No está en Keón la cuna que te trajo.
Acuérdate de Keón cuando los años de sueño
y el azul planeta
te despierten.
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NOCTURNA
En un sueño en que yo desfallecía
la noche descendió a la última sombra
y el hábito del miedo dictó un atrevimiento.
Tal vez no había sueño, tal vez yo languidecía
pero una certidumbre alumbró cierta trama milenaria:
la constancia secreta de investigar la noche
es un don inaccesible.
Esa sombra periódica, la noche, es mito de la nada,
de sucesivo sueño y de vigilia
que los siglos del hombre conmemoran.
Ya los muros de Troya y de Copán
descifraban los astros con ojos de serpiente,
con dioses y carruajes.
Supe en el sueño (acaso imaginario)
que faltaban estrellas para alojar las almas
y el logro que se anhela;
que era un empeño ciego significar con símbolos
el rasgo inabarcable de la noche.
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