Confluyen en los tiempos modernos el plástico y un alma arrugada.
Arrugas lanzadas por la borda del monte, de un monte vetusto, opaco.
No encuentro explicación a tanta bruma, pero si te remontas a otras vidas, quizá alguien te cuente… que un día, en un valle, una mujer tentó a un hombre y que esa tentación nos persigue siempre.
Queremos y queremos y no se sacia nunca esa sed porque no se bebió, se comió de aquella manzana y desde entonces no dejamos de devorar: las carnes, los huesos, los peces, la sal, lo verde, lo blanco, el monte o la luz. Cuando abrimos la boca, un abismo absorbe lo que pesa y lo que no.
Un negro, un agujero muy negro se traga la luz, la vida. Y eso sucede siempre que el hombre olvida que no puede abrir la boca, que debe permanecer sellada, salvo que sea capaz de vomitar aquella manzana que tragó sin saber lo que tragaba.
Tú y yo sabíamos que vendría la bruma, y a pesar de todo… el azul… tras la niebla… ese horizonte celeste que no llega. ¿Será una invención del ojo?, ¿un milagro en la idea?, ¿una confusión eterna?, ¿una búsqueda encontrada? No sé, pero… ¿y ella? ¿sabía?.
Los que reptan siempre saben, porque los lleva la lengua. Tacto certero (ya han gustado para cuando el cuerpo llega).
Sí…
sabía que nos quitaba la inocencia…
y que nunca volvería.
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Me sorprendo comiendo barro
y no tengo manos de alfarero.
Con el puño no hallo letra
sin embargo se me escriben los borrones.
¡Punzón… si pudiera
regaría de clavos y espinas tus macetas!
Con las uñas bordaría sedas vírgenes,
organdíes de acebo.
Secaría de burbujas los champanes,
volcaría el vaso enamorado,
empaparía las esponjas secas
que palpitaron en remotos cuerpos,
en las esquinas del mundo,
en los sexos añadidos,
en las cárceles del tiempo.
Un día,
en el viaje iniciático hacia el fin,
creería que creció hierba.
Un día.
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