CANON
No fingía cuando te prometía cosas.
Esta noche, por ejemplo, la luna brilla
con la misma fragancia que iluminó aquel
julio entre naranjos.
Nos asomamos al pozo y allí estaba,
oronda y pura, y en su alegría
nuestros labios conjuraron la eternidad.
Amada mía, estoy aquí porque nuestro
común sendero no edificó tesoros,
sino un castillo de versos.
Las albas sucesivas se nos escaparon
entre los dedos y nunca lo advertimos.
Sólo me queda la fe y unas ciertas
promesas antiguas, ¿recuerdas?,
como besarte sin fin
cuando mis fuerzas cayeran.
¿Y, si de tanto besarme, se te gastaran
los labios?, dijiste con amor
Argumenté que no necesitaba labios
para invocar tu esencia;
bastaban mis ojos.
La pregunta siguiente no la respondí.
Éramos invencibles; la dicha
me colmaba.
Esta noche de luna infinita, sin embargo,
te traigo la respuesta.
He quemado los versos antes de venir;
los tuyos y los míos.
No queda una línea escrita
en la casa vacía.
Estas notas de mi mente crecieron
por el camino
y profesan un mensaje final
para el reencuentro.
Sin otro soporte que el alma,
no puedo fijarlo entre las flores,
como te gustaría.
Pero voy a cubrir tu lápida
con todas las palabras, puntuadas
y ordenadas con amor minucioso.
Al cabo de esa tarea, que no será ardua,
mi tránsito hacia la nada
se nutrirá, incansable,
con tu recuerdo y tu forma.
Entonces, amada mía, la respuesta
pendiente será al fin ejecutada:
cuando ya muertos, mis ojos,
no puedan contemplarte,
voy a postrarme de espaldas
y voy a imaginarte.
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