Hoy ha sido un día de asfixiante comodidad:
llovieron tristes cenizas de aburrimiento,
crepitaron las llamas letárgicas del insomnio.
Fue una fecha de melena cobriza deslustrada,
los desagües se llenaron de relojes sin amo,
ríos de petróleo deshuesaron los recuerdos.
Una inmunda uniformidad
se adueñó de todo el paisaje,
sin árboles celestes
ni canas de hielo,
sin senos rocosos
ni arterias turbulentas,
sin muerte con labios de sal.
Marchas con puños prietos que fueron mano,
con su nombre marcado con nuevo silencio.
Marchas a las sombras, las cálidas y húmedas,
las que te vieron nacer, las que tanto prefieres.
Marchas a la oscuridad de las brasas de agua,
del desconocido, desandas lento tu confianza.
Marchas con dirección Exilio, a sentirte extraño,
a buscar el olvido, el perdón, la tierna ignorancia.
Marchas pero ahora, dubitativo, te has parado,
miras atrás, quizá la columna de sal tenga vida.
Nuestra amistad ha encontrado un bonito epitafio
en las desgarradoras llamas de las últimas palabras
que nos hemos dicho en esta tarde ya anochecida
y en las dos poesías amargas que pienso dedicarle.
Mi temor no es tu fantasma, no son tus venganzas,
sino que haya de volver a herir al suelo, romperlo
con golpes lágrima, golpes sollozo, golpes de pena,
tener que enterrar en tu fosa a otros compañeros,
otros soldados, obviamente, más valientes que tú.
Nuestra amistad supo encontrar su lugar de muerte
en tu sucia sinceridad, en tus segundas intenciones,
en mi furia momentánea que fue puño y no mano,
en estas notas que te dejo para que sepas seguro
que este y no otro ha de ser tu lecho de descanso.
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