I Por las calles
Ávila, piedra firme doblegada.
Paseas por las calles contemplando
la sobria elegancia en el trazado
de puertas, torreones y fachadas.
La guía de turismo te detalla
qué familia habitó cada palacio,
qué sublime arquitecto hizo los planos,
qué eventos presenciaron sus estancias.
Tú evocas los anónimos canteros
que labraron a golpe de cincel
la piedra doblegándola en sillares,
columnas, arcos, patios, ventanales.
Este polvo que pisan hoy tus pies,
es, quizá, cuanto queda de sus huesos.
II En el museo de Santa Teresa
Ante un huerto ficticio
explica el rótulo que siendo niña
Teresa ya jugaba
a santos con su hermano
en el huerto o jardín de su familia,
que soñaban con irse
a tierras muy lejanas entre infieles
en busca del martirio,
que escaparon de casa
y un tío puso fin a la aventura.
Incrédulo y curioso
paseas bajo bóvedas sombrías,
contemplas en vitrinas
estampas, ediciones
de sus obras en múltiples idiomas;
admiras la expresión,
-a veces doctoral, a veces mística-
de su rostro santísimo
en cuadros y esculturas,
si bellos y expresivos, inhumanos.
Y entonces lo descubres,
-luciérnaga en las sombras, perla oculta-
¿Adónde te escondiste?
Y el Cántico susurra
apenas perceptible entre tus labios.
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Con los ojos cerrados
ves al flaco y menudo frailecillo
sacado de su celda
de oculta santidad
por el fiero huracán que fue Teresa,
y puesto en la palestra
sin lanza ni armadura ni escudero.
Lo ves preso e invicto,
y en una noche oscura
sin otra luz ni guía, huir hacia el encuentro...
¿Adónde te escondiste?
Y buscas a tu amada en la penumbra.
La encuentras contemplando
la imagen de la santa
que Gregorio Fernández esculpió.
La tomas por la nuca,
que sabes que le gusta, y lentamente,
dejando atrás penumbra
y sepulcral silencio,
abrazados, salís hacia la luz.
III Por las murallas
Con esfuerzo has subido a las murallas
-defensa ayer, corona hoy, y siempre
brazo fuerte de amante que sostiene
su cuerpo ya senil, su nombre y fama.
Vas recorriendo el adarve con calma,
contemplas la ciudad y te detienes
a gozar su silueta con deleite,
su inmenso azul, la estepa, las montañas.
Ah, la espadaña, leve lira al aire.
Ah, la zarza de piedra que sustenta
el cimorro y antaño defendía.
Allende la muralla está la vida,
el anciano San Pedro que sestea,
San Vicente -armonía, gracia y arte.
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