EN TU PROPIO INTERIOR
No hay verdad bien forjada ni cerrojos ni muros ni cancelas
divinas o humanas
que puedan protegerte del dolor de vivir,
ese oscuro brebaje que la ausencia poco a poco va vertiendo.
Tendrás que acostumbrarte
al inmenso desierto, con algún que otro oasis, que es la vida,
indigente sin puertas ni techos ni ventanas,
y a saber guarecerte desde la casa oculta
que crece y decrece y se rehace
en tu propio interior
DE LO OTRO
Hay en toda tarde de domingo como un pálpito augurando
la renovación de hojas caídas.
Un enfrentarse a esa vieja enfermedad del límite que persiste
mientras no te mides con lo que parece ilimitado.
Como gritos de niños lentamente apagándose detrás de los juegos
de agua de los parques hasta la inmensa umbría de las montañas.
O el encendido de las luces de los automóviles con un destino
siempre pendiente de la circunstancia nunca certero.
Hay en toda tarde de domingo un dejarse llevar hacia el regreso.
Una concentración de planeta pulverizado como el olvido.
El familiar vacío de una vieja cisterna.
La intuición de las vitales gotas de la lluvia grisácea.
Un lento retoñar de las especies hacia su acabamiento
y nacer de lo otro
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