YO NO PODRÉ QUEJARME
Yo no podré quejarme,
si no encontré lo que buscaba.
FGL. Poeta en Nueva York
Sé, que la vida es ausencia
de algo que dice siempre
su verdad equivocada. Nadie
escribe las líneas de tu mano,
nadie las sabe entonces y es el azar
quien juega a tus caídas y en tus sueños.
Poco dirá tu amor. Si acaso el signo breve
de un ciego despertar, a la aurora, al silencio.
Claros sin duda son los tambores del alba,
repetida la historia de su olvido,
ausencia, ausencia, en los pozos del alma
y en el repique breve del sol o sentimiento.
Aire es lo que has de ver, lo que ya otros han visto,
aire, aire, raíces en la médula del aire,
aire que embarca al cielo el corazón cansado,
aire que olvida terso despedazados niños,
aire que se enloquece en la amistad huida,
aire que ejecuta siniestro hombre y palabra,
aire que vuelca ausencia sobre gritos perdidos,
aire que vuelve siempre y te corrompe.
Nunca tropezarás con la eternidad, la dura eternidad fija,
es la floja realidad que todos los días viene a vivirte con su pobre verdad,
la ficción de sus calles por donde pasan sombras de aire
vestidas con corbatas de acero y zapatos de arcilla,
ésa que no corresponde a ninguna ilusión y se repite
empedernida en catálogos y terror,
en ella eres ausente. Vaciada el alma,
repites sin cesar el olvido inclemente de tu sueño y ni siquiera sientes
algún latido raro que te recuerde que has tenido una verdad,
Aunque fuera equivocada. Y es que ni te recuerdas. Pura ausencia.
Al menos ya lo sabes.
Yo no podré quejarme, lo sé,
y ahora comprendo.
¿Amor? ¿¡Amor visible!?
LOST IN TRANSLATION
I
Allí, donde cantan auroras
en los bolsillos hilvanados de los ejecutivos,
donde toda luz es signo prometido,
y todo amor caído inexacta ilusión,
en los bulevares sin olor ni silencio,
entre los cuerpos de plástico sin pena,
en los insomnios fluorescentes,
en la patita rota de la paloma soledad,
allí canta también la nieve del alma,
un cristal siempre roto a la verdad,
una ficción de nieve.
Los restos, siempre los restos,
su deletreo callado
su mínima verdad
el esplendor que escribe
un corazón de entonces.
Manos, signos, manos,
signos, signos, otra verdad,
vieja, nueva verdad,
nunca verdad, nunca
nada, nada, nada,
resplandece.
II
Y así el amanecer. Un despejar
la fiebre, la secreta locura, el candor,
los huecos trasladados de la nieve.
Alma. Labios que anuncia el alma,
signos que son de amor, mano
que vive alzada por un saber o ser
del sentimiento, sí, del sentimiento,
sentimiento del tiempo, revelación,
eso no más, tiempo entregado,
traslado de figuras en la nieve.
III
Tiempo. Tiempo. Y tú te irás.
Algo llevas de mí. Ese silencio
no roto aún. El resto de la pasión
que envuelve sin cesar, por la distancia,
por el secreto de cada muda expresión,
por cada gesto que no se pierde en nieve.
Sólo impulsa el cristal, el fuego humano,
que comunica en ciernes como un ave rapaz
que esperara en el cielo para arrasar,
pero su ojo nada puede ante el asfalto del silencio.
La paciencia es su fin. Ella hila la sombra
de esa espera que reluce más tarde como un dios,
allí donde lloran los ejecutivos su decadencia letal,
donde el color del whisky es la flor del deseo,
donde el aire es ausencia y la ausencia verdad,
donde el gesto se acaba entre espasmo y realidad,
donde muere la muerte de su falta de azar,
allí donde los cuerpos viven sin cuerpos,
donde la estupidez vital disuelve el alma.
Sí, allí, donde destellan tu amor
y mi silencio, perdidos
en el vidente laberinto de la soledad,
entrañados entre signos
de cristal y pasión,
transparente presencia,
como si hubiéramos entrado juntos
en la escritura, sí: lost in translation.
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