ALGA Revista de Literatura
nº70 - otoño 2013




Dirección:

  • Goya Gutiérrez

    Edición:
  • Grupo de Poesía ALGA

    Responsables de la edición del presente número:
  • Goya Gutiérrez
  • Enric Velo

    Maquetación, composición y diseño web:
  • Enric Velo


  • Portada:
    • Niña saharaui
      de Marcello Scotti

    Sumario
    http://revistaliterariaalga.com/

    Poesía - Colaboración Especial

    ANA RECIO MIR

    ANA RECIO MIR (Salamanca). Reside en Sevilla. En 1992 fue premiado su libro El cine, otra literatura por la Delegación de Educación de Huelva y la Asociación de Industrias Químicas y Básicas AIQB. Entre otras publicaciones es autora de la primera edición crítica de Bonanza del Nobel Juan Ramón Jiménez, de la biografía Juan Ramón Jiménez, el exilio y la piedra de Moguer (editados por la Fundación Juan Ramón Jiménez) y del volumen Símbolos e imaginario en el último Juan Ramón Jiménez, publicado por la Diputación de Huelva. Ha traducido y adaptado El Corsario Negro de Emilio Salgari para la editorial Anaya.

    LUIS CERNUDA: AMOR Y POESÍA, INSTANTES DE LA ETERNIDAD

    Por ANA RECIO MIR

    En 2013 se ha conmemorado el quincuagésimo aniversario de la desaparición del autor sevillano Luis Cernuda Bidón. El colectivo cultural Ediciones en Huida celebró un recital benéfico en Sevilla, en homenaje al poeta en el Palacio de los Marqueses de la Algaba el 25 de septiembre. Pedro Luis Ibáñez Lérida y Ana Alvea coordinaron el acto. El importe de la recaudación se destinó a un fin social: el comedor de la calle Patricio Sáenz de Sevilla que alimenta a una media de 300 personas diarias de lunes a domingo. Además el sábado 28 de septiembre, José María García Blanco, vicepresidente de la Asociación Andaluza de Profesores de Español Elio Antonio de Nebrija, guió un paseo cernudiano por la capital hispalense.
              Hay destinos humanos ligados a un lugar o a un espacio. En el caso de Luis Cernuda muchos fueron los lugares en los que transcurrió su existencia. Su vida fue cambio, revolución, naufragio permanentes, como diría Juan Ramón de la suya propia. Y discurrió entre Sevilla, Málaga, Toulouse, Paris, Inglaterra, Glasgow, Estados Unidos y México, por citar solo algunos de los lugares emblemáticos que imprimieron huellas indelebles en su ser y en su obra. El exilio, lejos de suponer un desarraigo, conllevaba el afán de encontrar un ancla, de salir de su aislamiento, de buscar la comunión de espíritus con otras tierras y otros seres a la búsqueda de una anhelada felicidad. En México la consiguió y allá se fue en pos del ser amado. El amor tiraba de mí hacia México. Con tanta más fuerza cuanto que siempre padecí del sentimiento de hallarme aislado y que la vida estaba más allá de donde yo me encontrara; de ahí el afán constante de partir, de irme a otras tierras, afán nutrido desde la niñez por lecturas de viajes a comarcas remotas. Y sólo el amor alivió ese afán, dándome la seguridad de pertenecer a una tierra, de no ser en ella un extranjero, un intruso.
              La capital hispalense marcó una profunda huella en la obra del poeta. Su libro Ocnos, escrito durante su estancia en Glasgow, es un hermoso recorrido lírico por la Sevilla de su infancia y su primera juventud, en el que Albanio, nombre que el poeta toma de la Égloga II de Garcilaso -uno de sus poetas predilectos- es trasunto del propio autor. Se puede afirmar que Ocnos es a Sevilla lo que Platero y yo a Moguer. Ambos libros plasman una visión lírica de la localidad natal de sus respectivos autores, de su atmósfera y de sus habitantes en una prosa de gran calidad y acendrado lirismo. Y probablemente ambos supongan la recreación de un espacio idílico y un tiempo perdido que cobran vida con la palabra. Se diría que muchos años después de haber salido de su ciudad natal, el autor la recupera trenzando ese bello ramillete de poemas en prosa para convertirlo en su edén perdido, empañado de nostalgia y convertido en una suerte de locus amoenus de infancia y juventud. Su casa natal, en la calle Acetres -entonces Conde de Tójar- es hoy una cristalería. Y en su patio, hoy muy reducido, hasta hace pocos años, se podía ver la fuente que describe en ese libro Recuerdo aquel rincón del patio en la casa natal, yo a solas y sentado en el primer peldaño de la escalera de mármol. La vela estaba echada, sumiendo el ambiente en una fresca penumbra, y sobre la lona, por donde se filtraba tamizada la luz del mediodía, una estrella destacaba sus seis puntas de paño rojo. Subían hasta los balcones abiertos, por el hueco del patio, las hojas anchas de las latanias, de un verde oscuro y brillante, y abajo, en torno de la fuente, estaban agrupadas las matas floridas de adelfas y azaleas. Sonaba el agua al caer con un ritmo igual, adormecedor, y allá en el fondo del agua unos peces escarlatas nadaban con inquieto movimiento, centelleando sus escamas en un relámpago de oro.
              Su vocación poética nace con la lectura de Bécquer. Con motivo del traslado de los restos de este, en 1911, desde Madrid a Sevilla para ser enterrados en la iglesia de la Anunciación, ubicada entonces junto a la Universidad (hoy edificio de la Facultad de Bellas Artes), Cernuda se acerca a la obra del autor de Rimas, gracias al préstamo de unos volúmenes que sus primas Luisa y Brígida de la Sota habían dejado a sus hermanas. Con él Luis compartió una visión apasionada y atormentada del amor; también la autenticidad del sentimiento amoroso y la desazón producida por el insalvable abismo creado entre la idealización del ser amado y la realidad de su existencia. A los catorce años empieza a escribir sus primeros versos y en 1923, durante el servicio militar en el Regimiento de Caballería, una serie de poemas que no han sobrevivido brotan una tarde de instrucción a caballo por los alrededores de Sevilla.
              En su obra literaria, fue determinante el magisterio de Pedro Salinas, del que fue alumno durante el curso 1919/20 en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla. El madrileño lo calificó del poeta más fino que le ha nacido a Sevilla y el alumno reconoció la deuda con su maestro: No sabría decir cuánto debo a Salinas, a sus indicaciones, a su estímulo primero; apenas hubiera podido yo, en cuanto poeta, sin su ayuda, haber encontrado mi camino.
              Entre las influencias que marcan su producción, hay que señalar la de los franceses Paul Valéry, Pièrre Reverdy y André Gide, del que el vate reconoció su relevancia tras su muerte: No creo que los pocos versos que escribí en 1951 (In memoriam A.G.) puedan dar al lector cuenta bastante de cuánto significó su obra en mi vida.
              Además de estos también fue ávido lector de Manrique, Garcilaso, Unamuno y Machado entre los españoles, Teócrito y Virgilio entre los clásicos, Goethe y Hölderlin entre los alemanes y la Biblia. Un enamorado de la lírica de Eliot. Y traductor de Hölderlin y Shakespeare.
              En 1928 queda huérfano tras morir su madre. Tras un lectorado en Tolouse y su paso por Londres y Escocia, consigue, gracias a su amiga Concha de Albornoz, una plaza en Mount Holyoke College, institución privada norteamericana de gran prestigio académico en el estado de Massachusetts.
              En lo que respecta a su poética, la poesía es para Cernuda un modo de contemplación de su obra lírica y de sí mismo. Y contiene también un mundo contemplado. La escritura se convierte en un espacio en el que sublimar el amor y los deseos frustrados. Además vincula el amor a la ensoñación y a la divinidad. El autor busca la permanencia y siente lo imperecedero en su interior ligado al deseo amoroso. Así dirá: si había descubierto el secreto de la eternidad, si yo poseía la eternidad en mi espíritu ¿qué importaba lo demás? Mas apenas me acercaba a estrechar un cuerpo contra el mío cuando con mi deseo creía infundirle permanencia, huía de mis brazos dejándolos vacíos. Consigue así una suerte de inmortalidad cifrada en la palabra poética, cuyo acorde quedará vibrando para siempre, como el arpa becqueriana, aunque él se haya ido.
              Lo permanente se halla unido al amor y a lo divino, al mundo de lo irreal y lo onírico: Dios era para mí el amor no conseguido en este mundo (…) Y amé a Dios como al amigo incomparable y perfecto. Fue un sueño más, porque Dios no existe. Es el afán de cifrar el mundo y de permanecer en él lo que impulsa su obra.
              Lo mismo que el amor justifica la existencia del sevillano en uno de su poemas más conocidos de Los placeres prohibidos, también es la poesía el motor que impulsa y da sentido a su vida, hasta el punto de convertirse en refugio gozoso, placentero y casi terapéutico para una personalidad tímida, solitaria y sensible como la suya. Como al amor, Cernuda se entrega a la palabra con embeleso y dándose del todo. Así en 1958 revela en Historial de un libro: Lo más sorprendente resultaba cómo había resistido yo, durante años, lleno de una fe absurda, trabajando aunque sin facilidad para publicar mis escritos, en medio de un aislamiento continuo. La poesía, el creerme poeta, ha sido mi fuerza y, aunque me haya equivocado en esa creencia, ya no importa, pues a mi error he debido tantos momentos gozosos.
              Poesía que brota y se nutre de la experiencia vivida, del goce y del sufrimiento, de ese instante que supone la plenitud creadora porque en casi todos sus libros hay poemas que dimanan del sentimiento amoroso. Amor y poesía fundidos cristalizan en la ansiada eternidad aunque aquel sea perecedero, porque escrito perdurará para siempre. Como el sevillano dijo Al amor no hay que pedirle sino unos instantes, que en verdad equivalen a la eternidad, aquella eternidad profunda a que se refirió Nietzsche. ¿Puede esperarse más de él? ¿Es necesario más?



    página siguiente