AL MONTE
Cuando pises el monte
camínalo por mí;
el monte que nos daba
sus benévolas manos de sombra y arboleda
o las sordas espinas de un rastro
en el verano.
Si una fuerza piadosa me alumbrara
te daría la sal de mi cansancio
para entregarla, libre,
al soplo de la siega.
El sauce del arroyo sabe cosas
que a nadie más le dije.
Por él supe que la noche de estrellas
es un manto horadado por los picos
furiosos de pájaros secretos.
Si te acercas atento al viejo tronco,
de tu oído serán las confidencias.
Dale al viento del sur los pensamientos
que con cada tormenta fui abrigando.
A la helada del alba, cuyo aliento
me hizo fuerte, dile que estaré mañana,
y guarda la mentira;
al ocaso de grillos, que reclina la frente
de la tarde, que su amparo fue dulce;
pero al rubor del cielo, que desangra
las horas, que recoja mi sueño
en sus nubes ardientes
y que siga sin mí.
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CORONACIÓN
(710)
Sigo los pasos del nuevo rey.
Soy el guardián.
Las puertas de la basílica se abren
y el vértigo del salmo
desploma la hondura repentina.
Oran los magnates
y oran los obispos;
el incienso ofrenda las almas.
Se prosterna la corte al paso de Rodrigo.
En la faz del monarca, un temblor pronuncia
el juramento canónico:
el abrupto deber de cobijar Hispania.
No todas las miradas enumeran lealtad.
Antes de un año obrará la traición.
En las gradas del atrio,
victorioso es el aire de Toledo.
Sumido en majestad, Rodrigo asiente,
reina, colmado de su pueblo.
Miro la púrpura regia de su espalda.
Un presagio me alcanza.
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