ALGA Revista de Literatura
nº69 - primavera 2013




Dirección:

  • Goya Gutiérrez

    Edición:
  • Grupo de Poesía ALGA

    Responsables de la edición del presente número:
  • Goya Gutiérrez
  • Enric Velo

    Maquetación, composición y diseño web:
  • Enric Velo


  • Portada:
    • Ilustración de Maria Girona para
      la cubierta del libro “La germana,
      l’estrangera” de Maria Mercè
      Marçal. Edicions del Mall, 1ª ed.
      Barcelona, 1985.

    Sumario
    http://revistaliterariaalga.com/

    Lecturas. Textos comentados

    LUIS IZQUIERDO

    LUIS IZQUIERDO, Barcelona (1936). Poeta, ensayista y antólogo. Se doctoró en Filología con tesis doctoral sobre el poeta y pintor José Moreno Villa. Realizó estudios de investigación sociológica en el Center for European Studies de la Universidad de Harvard. Ha sido Catedrático de Literatura Española de la UB, y profesor invitado en diversas universidades estadounidenses. Ha publicado, entre otros, los poemarios Supervivencias (1970), Calendario del nómada (1983), Señales de Nieve (1995), Sesión Continua (1998), No hay que volver (Barcelona, 2003) y la antología de su obra Travesías del Ausente, Editorial Lumen (Barcelona, 2006). La obra de Luis Izquierdo es un homenaje constante a los poetas de la Escuela de Barcelona. Es autor de estudios sobre Antonio Machado, Pedro Salinas, Franz Kafka o Elías Canetti, entre otros.



    El jardín ausente

    Mónica Maragall
    in-VERSO ediciones de poesía, Barcelona, 2012,

    Poesía. 68 páginas

    En la página final de El jardín ausente, leemos que su realización protege el entorno. Celebro que la edición cumpla con los requisitos ecológicos hoy exigibles.
              No hay por cierto mejor ecología que la implícita en el cultivo de las palabras. Digo cultivo, y no culto que más bien representaría la apropiación monopolista de la que tanto, aunque abusivamente, se aprovecha la Iglesia. (Con mayúscula, of course!). Vaya por delante mi saludo cordial a In-Verso por la reedición de un raro libro excepcional. Poesía.
              Las palabras son libertad o intento, cuando no apuesta, por habilitarla. No digo, compréndanme, compromiso innegociable o empeño sin paliativos. Si así defendiéramos la libertad, incurriríamos en contradicción, pues imponerla sería el objetivo. Cuando se habla de obligación de libertad, ocurre que algún dictado se cuela tácito para devenir manifiesto en cuanto pueda o haya de dar paso a sus inevitables recortes.
              En fin, o anticipando el cierre de este comentario que sólo aspira a ser coloquio, quiero decirles y aunque no me lo permitieran, insistiría que la poesía, o la función poética, es la sola herramienta válida (e incluso novela y teatro en este cometido) para articular o hacer asequible la libertad. Libertad y poesía son lo mismo para quien se debate en la gran disyuntiva no ya de nuestro tiempo, sino del siempre de todos los tiempos, tan difícil, tan obvia, que resulta o se reitera insoluble. Y a la vez irreductible.
              La ilustración casi perfecta de estos asedios al sentido de lo que uno pretende con las palabras no es otra que El jardín ausente, el espacio que sin duda des/habitaba Mónica Maragall, y que se me antoja el contrapunto a la idea de la casa donde realmente habitaba, junto a tantos ya no jóvenes que la compartimos a lo largo y estimulante de unos años irrepetibles. Irrepetibles tanto por la afrenta o depresión de los años franquistas, como por la ilusión de los avances, la afirmación cívica de Barcelona, la conciencia de vivir por fin un progreso cosmopolita real, en el que prevalecería el Covy sobre el gos d'atura.
              La poesía cuida sobre todo de lo interior, de lo íntimo trascendente hasta llegar a la visión y, en este sentido, las páginas de Mónica materializan un verdadero proceso literario; pero específicamente poético y, por tanto, de presentación imposible. ¿Cómo hablar de un libro que es? Sólo la lectura, sólo la atención y la sola entrega a los aciertos y caídas libres del texto (que de todo hay cuando todo cuenta) rendirán al lector la substancia debida. Todo comentario, sea cualquiera como el mío, supone y ha de arrostrar aproximaciones y desvíos.
              Por ello, apuntaré unas notas al hilo de quienes compartimos creo la idea de la casa, de la casa Maragall en los años 60, 70, 80... Como dice X. Rubert, los rasgos de la escritura de Mónica se componen de lirismo, rabia y ternura, en una desasosegada búsqueda de la pureza, de lo inefable. Xavier apunta a tal anhelo, y cita a Kafka, en contraste con la sensualidad de ciertos y muy reveladores fragmentos. Quizás convendría recordar asimismo la aspiración kafkiana a un mundo o espacio de beatitud sin duda posible o real, no sé, pero en cualquier caso... no es para nosotros... inalcanzable.
              Con todo, El jardín ausente es un texto preciso, conmovedor y desconcertante; intenso e ingrávido, abstraído y errante, de un lirismo cruzado de sensualidad y anhelos de exploración superadora. Superadora de las palabras hacia un sentido limitado por las palabras mismas.
              Hay que pronunciarse en cuanto a la solvencia efectiva del texto, lo cual implica en poesía una apuesta difícil. Pero no tanto si reparamos en la minuciosidad reproductiva que de la realidad acierta a conseguir.
              Y esa realidad son las palabras. Desde la palabra heredada o infligida como transmisión del Verbo atemorizante, a las palabras plurales como descubrimiento de una misma y, por consiguiente, de una irreductible visión de mujer, o de sujeto pensante:
              ¿Quién me acompañará en esta visión?
              Veo el negro sacerdote erguir su sotana en mayo, acechando a las niñas que se confiesan por primera vez. Un olor de azucena(fre) invade el confesionario. El sacerdote pretendía quizás cazar el viento.
              Y así, siempre cazar y ser cazado. Sacerdote y militar entrenan a los niños a la caza y en sus campos de adiestramiento, rodeados de alambradas, ponen el miedo a secar. Cuando el miedo está seco se convierte en odio. Pero nadie sabe lo que odia.
    (p.24)

              Es curioso que en una poesía abstraídamente lírica, irrumpan súbitamente destellos o fracturas realistas irreductibles de mujer, de atención crítica.
              Sin duda, deberíamos reparar en que la poesía oscila entre lo lírico y lo fáctico (Montale?). Por muy sutil y aun esotérico que el discurso suene, a menudo dice. En efecto, ¿qué decimos con las palabras que hablamos? No qué queremos o pretendemos decir, sino cómo retorizamos para que al hablar no se nos entienda todo. Hasta así es posible resultar transparente.
              1.- La idea de la casa trasparenta/ba el espacio de las palabras. De la conversación. Ningún don tan excepcional como este, y este ha venido siendo el don de Brusi, en el imperio único del intercambio.
              2.- El lenguaje como apuesta y desafío; también como comunión.
              3.- En la casa, palabras y silencio. ¿Cómo captar el transitvaivén de unas a otro?
              4.- En la tensión, elucidar la tarea: pasar a la expresión de las cosas; o de los hechos a las palabras.
              5.- Del aspecto al inspecto. (La infancia, misal roto / !!!
              6.- De la fantasía la imaginación. (Del brillo al relieve.)
              7.- La visión, NO lo visionario. El vasto silencio desnuda la hora.

              ((Páginas 24, 32, 37) las palabras son puente/s. El silencio es el mar. Veces y silencio, pág. 57... A veces el silencio = a voces el silencio; con la voz, ser de palabras/JMV.)


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