ALGA Revista de Literatura
nº69 - primavera 2013




Dirección:

  • Goya Gutiérrez

    Edición:
  • Grupo de Poesía ALGA

    Responsables de la edición del presente número:
  • Goya Gutiérrez
  • Enric Velo

    Maquetación, composición y diseño web:
  • Enric Velo


  • Portada:
    • Ilustración de Maria Girona para
      la cubierta del libro “La germana,
      l’estrangera” de Maria Mercè
      Marçal. Edicions del Mall, 1ª ed.
      Barcelona, 1985.

    Sumario
    http://revistaliterariaalga.com/

    Poesía - Colaboración Especial

    OLGA OROZCO

    OLGA OROZCO (Toay, La Pampa, 1920 - Buenos Aires, 1999). Sus primeros años transcurrieron entre aquella población y Buenos Aires, ciudad en donde se instaló definitivamente en 1936. Allí conoció a un grupo de colegas (más tarde calificado como la generación del 40) que cultivaban el surrealismo y fundaron la revista Canto. Olga tuvo la oportunidad de viajar por países de América y Europa. Sus poemas atraían a poetas de las nuevas generaciones. Leía inmejorablemente y, gracias a esa virtud, sus recitales resultaban espectáculos que encendían el entusiasmo del público. Entre los premios que recibió destacan: el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía, el Premio Municipal de Teatro por una pieza inédita titulada Y el humo de tu incendio está subiendo; el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes, el Premio Gabriela Mistral, otorgado por la OEA y el Premio Juan Rulfo que recibió en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 1998. Su poesía está influenciada por poetas como Rimbaud, Nerval, Baudelaire, Milosz o Rilke La muerte, el tiempo, lo sagrado, el consuelo a través de la palabra fueron rasgos fundamentales de su poesía y que se advirtieron ya desde su primer libro, Desde lejos (1946), y se confirmaron en los siguientes: Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Cantos a Berenice (1977), Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1984), En el revés del cielo (1987), Con esta boca, en este mundo (1994) y la antología Relámpagos de lo invisible (1998).

    LA REALIDAD Y EL DESEO

    A Luis Cernudal

    La realidad, sí, la realidad,
    ese relámpago de lo invisible
    que revela en nosotros la soledad de Dios.

    Es este cielo que huye.
    Es este territorio engalanado por las burbujas de la muerte.
    Es esta larga mesa a la deriva
    donde los comensales persisten ataviados por el prestigio de no estar.

    A cada cual su copa
    para medir el vino que se acaba donde empieza la sed.
    A cada cual su plato
    para encerrar el hambre que se extingue sin saciarse jamás.
    Y cada dos la división del pan:
    el milagro al revés, la comunión tan sólo en lo imposible.
    Y en medio del amor,
    entre uno y otro cuerpo la caída,
    algo que se asemeja al latido sombrío de unas alas que vuelven
    desde la eternidad, al pulso del adiós debajo de la tierra.

    La realidad, sí, la realidad:
    un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.

    Del libro Mutaciones de la realidad (1979)

    ESA ES TU PENA...

    Esa es tu pena.
    Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
    y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven.
    Colócala a la altura de tus ojos
    y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
    o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
    o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
    Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
    Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
    un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.
    Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
    y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
    No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
    sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.
    Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
    No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
    aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
    No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre, no la gastes con nadie.
    Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
    sepúltala en tu pecho hasta el final, hasta la empuñadura.

    Del libro En el revés del cielo (1987)

    Con esta boca, en este mundo...

    No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
    aunque me tiña las encías de color azul,
    aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
    aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
    y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.

    Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma,
    ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
    y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
    ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta dura nieve
    donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento.

    Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras.
    Hemos hablado demasiado del silencio,
    lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco final,
    como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
    el triunfo del vocablo con la lengua cortada.

    ¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
    He dicho ya lo amado y lo perdido,
    trabé con cada sílaba los bienes que más temí perder.
    A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
    retumban, se propagan como el trueno
    unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad.
    Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.
    Hemos ganado. Hemos perdido, porque ¿cómo nombrar con esa boca,
    cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?

    Del libro Con esta boca, en este mundo (1994)


    página siguiente