Canta a la vida
Como un reloj de luz
-azul celeste, azul, azul marino-
el firmamento marca
el sereno fluir
del día que se extingue inexorable.
Un enjambre caótico
de estridentes vencejos alborota
el agónico ocaso.
Y de pronto el silencio
invade la penumbra, el aire, tu alma.
Y te quedas mirando
el vuelo audaz de algunas golondrinas
que bajan a beber
el agua de la alberca
y luego se recluyen en sus nidos.
Y las sombras avanzan,
y tus ojos se cierran arrullados
por un velo de niebla,
de sopor y silencio,
y te quedas dormido, un libro en tu regazo.
Tu aliento es sosegado.
¿Son tus sueños, quizá, laguna en calma
que cruzas sin retorno?
¿Adónde están los vientos
que agitaban tus sueños y alteraban tu pulso?
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Duermes, y mientras duermes
el universo -sin que tú lo entiendas
ni des tu asentimiento-
late convulso y sigue
su locura expansiva al infinito;
la ambición, la codicia,
la estupidez y el fanatismo, a lomos
de corceles siniestros,
tiñen de horror y pánico
la piel, la entraña, el alma de la tierra;
Despierta, abre los ojos,
contempla la hermosura de una noche
sin luna. Hay millones
de estrellas que tú ignoras
y a cada instante nacen nuevos soles.
Si a ti te han dado voz,
memoria, entendimiento, voluntad,
no quieras no entender,
no quieras olvidar;
y con acento melodioso o bronco
canta a la vida; suma
tu voz al coro universal y canta
la grandeza del cosmos;
oye el salmo quejumbroso
que nace del dolor humano y grita;
grita con rabia o gime
con llanto y con angustia contenidos;
pero despierta y vive:
que el alba te sorprenda
-y algún día la muerte- espíritu en vigilia.
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