100 años de la publicación de
Campos de Castilla de Antonio Machado
A LA LUZ SESGADA DEL SIGNO MÉTRICO: "A UN OLMO SECO"
ALEJANDRO DUQUE AMUSCO
Da doble luz a tu verso,
para leído de frente
y al sesgo.
ANTONIO MACHADO
El poema "A un olmo seco" lo escribió Antonio Machado en 1912, pocos meses antes de la muerte de Leonor Izquierdo, su mujer, que padecía una enfermedad pulmonar sin tratamiento posible por entonces: la tuberculosis. En la primavera de ese año, durante uno de sus paseos por los alrededores de Soria, Machado observa cómo del tronco de un viejo olmo moribundo, caído a un lado del camino, brota una graciosa rama verde y lo interpreta como señal de una nueva esperanza de vida, de un renacimiento. Piensa en su mujer, desahuciada por la medicina, y anhela íntimamente para ella otro "milagro" igual: su curación, la vuelta de la salud y la vida. Ahí está la intuición de partida de la que poco después surgiría el poema.
Sabemos que Machado multiplicó los esfuerzos en aquella primavera para tratar de salvar a Leonor: alquiló una casita con jardín en el Espolón para que ella estuviera más cerca del aire puro y saludable que le aconsejaban los médicos, y, como apenas podía sostenerse en pie, en un carrito que él le mandó construir la paseaba por los parajes sorianos buscando los efectos curativos del sol y el aire. Son conmovedores los testimonios que nos han llegado de aquellos paseos. Leonor, maltrecha, débil, se deja llevar por el poeta; se la ve en su carrito "afilada, fina, casi transparente", según el retrato que de ella dejó Mariano Granados, alumno de francés de Machado en el instituto de Soria. Pero ni la helioterapia ni la pureza de los aires dan los resultados esperados. Y es que estamos en 1912, y hasta treinta años más tarde no se hallaría un tratamiento eficaz para combatir esta terrible enfermedad que fue la tuberculosis. El 1 de agosto fallece Leonor. Tenía dieciocho años acabados de cumplir.
Ian Gibson considera "A un olmo seco" uno de los poemas más hermosos de Campos de Castilla, y coincidimos con él en esa apreciación. Pensamiento y descripción se articulan en una unidad perfectamente calibrada, dinámica y bien medida. Nada sobra ni falta. El placer de su lectura parece ajustarse a una suerte de fatalidad interna, que nos permitirá hablar de "signo métrico". Enseguida nos centraremos en ello. No obstante, "A un olmo seco" no entró a formar parte de Campos de Castilla en su primera edición, la de 1912, ya que fue escrito pocas semanas después: el libro apareció a mediados de abril y el poema, según datación del poeta, fue concluido al mes siguiente: el día 4 de mayo. De todos modos, de haberlo terminado a tiempo, Antonio Machado no hubiera consentido incluir en un libro que todavía alcanzaría a ver con vida Leonor un poema tan desgarrador como ese, en el que se depositan las últimas esperanzas del restablecimiento de la enferma en manos de "un milagro".
Este prodigio de precisión que es "A un olmo seco" -precisión técnica pero desencadenante de una respuesta emocional- muestra la alta pericia formal del poeta y deja al descubierto algo que ya sabíamos de él, por su pasado modernista y filopitagórico, y es su culto al mensaje cifrado, al secreto juego con el verso, al simbolismo basado en la cantidad o el número. Número que es aquí, y muy en especial, numen también: inspiración y misterio.
Machado publica por primera vez el poema, enviado desde Baeza, su nuevo destino, en el periódico El Porvenir Castellano, de Soria, el 20 de febrero de 1913, y lo recogerá después con la incorporación de algunas pequeñas variantes en sus Poesías escogidas y en sus Poesías completas, de 1917 ambas. La estructura métrica que muestra está perfectamente meditada y a la luz del análisis, como veremos, descubre aspectos del mensaje que de otro modo pasarían inadvertidos. Machado, como poeta moderno, elabora el poema sin dejar nada al azar a fin de obtener deliberadamente el efecto buscado.
Se ha trabajado poco y escasean los análisis del verso desde la perspectiva del signo métrico, mediante el cual se produce una inesperada aportación al sentido del poema desde lo que hay en él de cuantitativo, de sujeto a medida o, por el contrario, de ruptura significativa con ella. Atribuimos básicamente a dos razones la falta de exploración en este campo: primero, porque la métrica suele ser vista como el ropaje inevitable del poema, como la puerta de entrada al texto y no como texto mismo. La métrica ha sido hasta ahora la hermana pobre de los estudios estilísticos. Es como la cáscara que hay que arrancar y limpiar para poder gozar del fruto, de la pulpa, que sería el sentido último del poema. Y la segunda razón de la escasez de trabajos en esta dirección es porque son pocos, muy pocos -hay que reconocerlo- los textos en los que se da "esta forma que conduce a un sentido" que es el signo métrico.
El detenido análisis de "A un olmo seco" nos lleva a considerar dos partes en él, estrechamente ligadas. Los catorce primeros versos no admiten duda alguna respecto a su unidad y estructura. Veámoslos:
(A UN OLMO SECO)
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que cantan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Este arranque del poema, en el que con mano maestra se nos describe el viejo y carcomido olmo y el sorprendente rebrotar de "algunas hojas verdes" [v. 4] en su tronco, constituye un soneto típico del modernismo. Un soneto que responde a las innovaciones formales traídas por este revolucionario movimiento, sobre todo en los aspectos métricos: uso de serventesio en lugar de cuarteto, anisosilabismo en algún verso [v. 2], rimas diferentes entre la primera y la segunda estrofa. Su fórmula métrica queda resumida de la siguiente manera: 11A 7b 11A 11B / 11C 11D 11C 11D / 11E 11F 11E / 11F 11G 11G. Llama la atención que un experto en Machado como su editor Oreste Macrí confunda una estructura tan sencilla y vea en su lugar "cuartetos-liras y pareados".
El segundo bloque estrófico es de mayor extensión que el soneto al que completa y al que acaba por dar su más profundo sentido. Un poema hasta entonces descriptivo se suma a la reflexión sobre los posibles finales de ese tronco herido de muerte, y gracias a los tres versos finales salta la chispa y la temperatura emocional aumenta bajo un pudoroso sentido autobiográfico:
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Esta combinación de heptasílabos y endecasílabos entrelazados por la rima, y con algún verso suelto, es una silva ajustada a la siguiente fórmula métrica: 11H 11H 11I 11J 11I 11J 7k 11K 11L 11Ø 7l 11F 11M 7f 11M 11F; el símbolo Ø representa la rima cero o, si se prefiere, el verso sin rima. Pero visto su funcionamiento interno, con esa rima que engarza con el soneto [-era: F] y pies quebrados heptasílabos, hemos de concluir que este segundo bloque del poema es algo más que una silva. Por extraño que parezca, dada su inusual extensión, es además una formidable contera o estrambote que completa el soneto. El estrambote, como coda que es, tiende a la brevedad y no suele pasar habitualmente de los tres o cuatro versos. Aunque aquí Machado utiliza algún verso de menor medida y comparte rima con los tercetos, como es regla en cualquier estrambote, ha contravenido el uso y ha creado una coda desmesuradamente larga, de dieciséis versos: dos más que el propio soneto. El poeta se ha sacado de su "máquina de poetizar" este feliz hallazgo.
El análisis conceptual de la silva nos lleva a descubrir una muy cuidada y progresiva gradación. Cuando Machado empieza a elucubrar sobre el posible final que aguarda al tronco de aquel olmo, sus conjeturas se atienen a un orden perfectamente medido:
1.º Una vez el leñador lo tale, el carpintero podrá transformarlo en algo útil para el hombre. El hábil artesano lo convertirá en objetos o herramientas prácticas: "melena de campana, / lanza de carro o yugo de carreta" [vs. 17-18], lo que supone en cierto modo una supervivencia material del olmo.
2.º Quizás podrá tener otra utilidad, pero sin que intervenga ahora la mano del hombre. El tronco -sin transformación, directamente- pasará a arder como leña en la fogata de una humilde caseta del camino. Servirá al menos para dar calor [vs. 19-21].
3.º Y finalmente podría acabar sin provecho ni beneficio para nadie. La naturaleza lo descuajará, lo arrancará de raíz y el tronco será empujado por las aguas "hasta la mar", donde se perderá para siempre. Una mar de inevitables resonancias manriqueñas [vs. 22-25].
Hay, por tanto, un meditado escalonamiento: desde las herramientas de madera en que ha transformado la mano del hombre el árbol moribundo, o su resuelto arder en la hoguera, hasta -en último término- la destrucción casi cruel por obra de la naturaleza, sin obtener provecho alguno de él. Se perderá en la mar, que es el morir.
Antonio Machado ha entretejido su poema calibrando y midiendo el efecto de cada verso. Con razón decía en su Juan de Mairena que "lo específicamente humano era el afán de medir". Pero en ese tupido juego de rimas ha dejado, con toda la intención, un hilo suelto, un cabo sin atar: ese verso sin conexión de rima con los otros, que nos está hablando, con una sutileza que sólo el análisis métrico nos permite apreciar, del radical sinsentido que representa dentro de la existencia la muerte:
antes que el río hasta la mar te empuje
Y no cabe pensar que Machado dejara este único verso sin rima por un involuntario descuido. Precisamente uno de los pocos versos del poema que él corrigió de la primera a la segunda y definitiva versión fue éste, de tal forma que no es posible dudar de su intención de dejarlo sin el enlace armónico de la rima.
El mar, símbolo de la disolución de la vida en las revueltas aguas del Gran Cero, fue imagen muy querida siempre por Machado. Ya desde las páginas del primer Campos de Castilla la encontramos al preguntarse por la muerte: "¿Morir? ¿Caer como gota / de mar en el mar inmenso?" La pregunta se vuelve, ahora con temor, hacia la persona amada: ¿Se perdería Leonor, recién entrada en la juventud, como otra gota de mar en el mar?
El signo métrico se hace patente ahí, desde la materialidad del verso, con una "luz sesgada" que nos aporta un conocimiento nuevo.
ALEJANDRO DUQUE AMUSCO. Poeta y editor de poesía. De entre su breve producción como poeta señalaremos: Donde rompe la noche (1994) y A la ilusión final (2008); como editor se ha ocupado de las obras completas de Vicente Aleixandre en dos volúmenes (Poesías completas, 2001, 2005², y Prosas completas, 2002). Indagador del "signo métrico" ha publicado diversos estudios, entre otros: "Ámbito, de V. Aleixandre, como signo métrico", Cuadernos Hispanoamericanos, 466, 1989, y "El ojo de la aguja, de C. Bousoño: Un nuevo caso de signo métrico", Centro de las Letras Españolas, 1995.
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