ALGA Revista de Literatura
nº67 - primavera 2012




Dirección:

  • Goya Gutiérrez

    Edición:
  • Grupo de Poesía ALGA

    Responsables de la edición del presente número:
  • Goya Gutiérrez
  • Enric Velo

    Maquetación, composición y diseño web:
  • Enric Velo


  • Portada:
    • Borges
      de Federico Gallego Ripoll

    Sumario
    http://revistaliterariaalga.com/

    Lecturas. Textos comentados

    GOYA GUTIÉRREZ

    Es miembro del Grupo de Poesía ALGA y dirige la revista ALGA desde 2003.
    Ver http://goya-gutierrez-lanero.com/



    RAZONES PARA NO SILENCIAR

    Sinrazones del olvido
    (Escritoras y fotógrafas de los siglos XIX y XX)
    Isabel Núñez y Lydia Oliva
    Icaria Editorial
    Barcelona (2011)

    Ensayo. 261 páginas.

    No siempre escritoras y escritores que lo merecían, han sido alabados y reconocidos por la valía de sus obras. En otras ocasiones, ha habido quienes han tenido éxito durante el periodo de sus vidas, y sin embargo, más tarde han quedado silenciadas por los grandes críticos o académicos, medios o editoriales; y que solo fortuitamente al cabo del tiempo alguna sensibilidad de forma altruista reencuentra, sacándolas a la luz y haciéndoles justicia.
              Y este preámbulo es pertinente, porque me permite introducir el ensayo del que quiero tratar titulado Sinrazones del olvido, escrito por Isabel Núñez y Lydia Oliva, y editado por la Editorial Icaria, dentro de su colección Antrazyt. Se trata del estudio y retrato de cinco escritoras y cinco fotógrafas, nacidas en los siglos XIX y XX. El ensayo a cuatro manos está muy bien organizado y documentado. Estructurado en cinco apartados, cada uno con una sucinta y esclarecedora introducción que trata de una pareja de escritora y fotógrafa, identificadas por una de sus facetas: Las Nómadas: Isabelle Eberhardt y Anna Atkins, Las pioneras: Jean Rhys y Frances Benjamin, Las comprometidas: Dorothy Parker y Berenice Abbott, Las excéntricas: Maeve Brennan y Lee Miller y Las resistentes: Natalie Ginzburg y Gisèle Freund.
              Las autoras a lo largo del libro, y con generosa amplitud en cada uno de los apartados, van desgranando y desvelando las circunstancias de las vidas, y la valía de las obras de estas diez mujeres, con planteamientos bien razonados, esclarecedores y demostrados en el propio texto, pero a la vez apasionados, pues percibimos que creen fervientemente en esos personajes femeninos, cuya singularidad tanto en el mundo de la literatura como en el de la fotografía, en muchas ocasiones no ha recibido toda la comprensión que en cambio, en igualdad de talento, sí ha sido dispensado a figuras del género masculino dentro de las mismas disciplinas. También nos hablan de cómo algunos críticos han demostrado una nula sensibilidad y empatía hacia las duras condiciones y circunstancias por las que muchas de ellas atravesaron, y que para justificar esa falta de reconocimiento, aludieron a veces a tópicos y clichés banales, que nunca les hubieran atribuido, si hubieran nacido hombres; o en tal caso, hechos como el ser bebedor, mujeriego, rebelde o infeliz hubieran sonado a cualidades añadidas al autor y su obra. Aunque tampoco se dejan de citar escritores, fotógrafos, editores o críticos que a diferencia de aquellos sí las apoyaron y reconocieron, y en algunas ocasiones también fue al revés, como es el caso de la fotógrafa Berenice Abbott que demostró una gran generosidad con las obras de otros dos fotógrafos Atget y Hine.
              En casi todas estas mujeres quedan plausibles rasgos comunes, pese a no estar determinadas por el mismo tiempo y las mismas circunstancias personales. Uno de esos rasgos que las aúnan es su gran valentía y espíritu libre, muchas veces aventurero, y otras generoso, crítico o comprometido con los más débiles y desfavorecidos de la sociedad. En la mayoría de los casos opuestas a los convencionalismos de su época. Pioneras muchas de ellas del feminismo, que casi todas practicaron, a través de su actitud personal y en sus obras; y protagonistas que vivieron la efervescencia creativa en los centros neurálgicos, como París, Berlín, Nueva York, o Londres, de donde salieron movimientos literarios y artísticos. Otra de sus características comunes quizás sea un gran desprendimiento y falta de egoísmo material y personal. La mayoría provienen de familias de nivel social, intelectual y económico medio-alto. Y a pesar de ello, sobre todo en el caso de las escritoras, por el hecho de dedicar su vida a la literatura, sufrieron dificultades económicas, y la mayoría de ellas murieron arruinadas. Pero a pesar de las adversidades, son luchadoras que no caen en el victimismo, como alguien pudiera pensar, y se valen de herramientas como por ejemplo la ironía a nivel personal de Dorothy Parker, que imprime en su literatura. El heroísmo de la fotógrafa Lee Miller, como fotorreportera en las áreas de combate de la Segunda Guerra Mundial. O la honestidad, que en plena crisis del 29 demostró Berenice Abbott, al declinar someterse al entonces pope de la fotografía Alfred Stieglitz, como uno de tantos aspectos de la doble moral de todos los tiempos.
              Escritoras y poetas nacidas a finales del siglo XIX, como Isabelle Eberhardt. Tanto su obra como su vida recogen ese halo de romanticismo y malditismo, de la época, relacionado por ejemplo con figuras como Rimbaud, a quien alguien atribuye, sin acabar de demostrarlo, la paternidad de Isabelle. Esta desde muy joven elige como refugio, frente a la sociedad occidental y colonial, la dureza pero también la belleza del desierto del Sáhara. Vestida como un hombre árabe se introduce en sus conversaciones, en sus tiendas y en sus viajes, convirtiendo esas vivencias en materia literaria o en crónica, que dan testimonio de ese mundo. Fue la única que murió excesivamente joven, a los 27 años. Se sintió respetada por aquellos rudos hombres del desierto, y en cambio fue criticada como persona conflictiva, y tratada de mujer fácil, por utilizar un eufemismo, por las autoridades coloniales. O la gran escritora Jean Rhys, nacida en una isla de las Antillas, atravesada por El valle de la Desolación. Curioso nombre teniendo en cuenta su escabrosa niñez, que posiblemente la marcaría para siempre, en sus relaciones amorosas y con el mundo. Pero como Isabel Núñez anota, no fue el amor, sino sus lectores y su escritura quienes la salvaron. En 1974, el crítico Al Alvarez declara en The New York Times «que Jean Rhys es el mejor escritor inglés vivo».
              Entre las nacidas a principios del siglo XX Maeve Brennan, irlandesa de Dublín. A los seis años se traslada con su familia a Nueva York. Parte de su literatura está atravesada por la rigidez de personajes y ambientes religiosos, que vivió de forma traumática, cuando estuvo internada en la niñez, bajo los rigores del catolicismo irlandés. Y también muestra el otro Nueva York, nada deslumbrante, que nadie quiere ver. Algo que también hicieron las fotógrafas Frances Benjamin Johnston, Berenice Abbot o Lee Miller. Por último mencionaré a la escritora judía de nacionalidad italiana Natalia Ginzburg, que queda viuda con tres hijos a su cargo, y vive la Segunda Guerra Mundial y el nazismo. De apariencia endeble pero de una gran fortaleza moral y vital.



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