SOL NACIENTE
(El Pacífico, 1944)
Por una senda ingrávida de azul
abro el espacio.
Enjambre de libélulas
con cabezas rugientes
y gruesas alas de hierro
me secundan.
En mis labios perdura
el ritual del licor.
Abajo, muy abajo,
una manada oscura
rasga surcos de espuma
en la piel del abismo.
Ha llegado la hora
de honrar al púrpura sol
que mi frente sostiene,
de recordar la carta última,
de tocar con la mano el porvenir.
Mi corcel, impaciente,
da la espalda al fulgor del mediodía
y desciende al infierno.
La metálica bestia que depreda imperios
me atormenta de fuego.
Se abren pétalos negros
que devoran el aire
y atropellan mis venas.
Ya el azul no existe.
Las bocas circulares enmudecen;
todo el presente cambia
súbitamente al rojo.
Dentro de un segundo
voy a quebrar el lomo de mi presa.
Pero yo no muero.
Soy el cielo que cae;
soy muro de la patria,
jurado sobre el brindis.
Soy un dios.
Soy el viento divino.
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BORGES
Atareado de hazañas y ponientes,
la arcilla de su verbo lo colmaba,
y el oro incomparable de su juicio
alumbraba tragedias y lúcidos sabores.
En la jaula tenaz de su memoria
un leopardo cautivo lo acompaña,
y la pluma incesante de Virgilio
su frente hiere de versos magistrales.
Gradualmente, las luces lo abandonan;
un fatalismo oscuro lo acomete,
y el oleaje incoloro de las calles
lo despoja del alba y de la tarde.
Por los ciegos rincones de la casa
evoca el respirar de tantos mares,
proas, tigres, otra Eneida,
Troya hundida y el Vesubio ardiente.
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