Traducción al castellano:
JEANNETTE L. CLARIOND y
EDUARDO ZAMBRANO
Nº 23 (Fragmento)
Nadie necesita un Paraíso cuando cae la lluvia
y el viento no dispersa las
nubes.
Sin nadie cerca, las hierbas se doblan sobre sí mismas,
las ramas se encorvan y la lluvia sigue cayendo.
Hay una sola e inquieta serenidad
cuando la lluvia cae y cesa el aire,
el perpetuo estado de la ausencia, donde todo se sosiega.
Llueve sobre todo como la luz del sol,
desde las nubes.
Una quietud enorme brilla en un tejido de gotas
como lenguas en el más allá.
Nubes como el humo que se queda luego de un incendio en el bosque,
suspendidas y vagando por lo alto.
Fuera del sosiego, un pequeño esplendor.
(…)
……………
Pie Grande, el viento del norte, azota entre los árboles
buscando algo que no podemos saber,
o incluso, quizá, de lo que no hemos ni oído hablar,
empujando las ramas aparte,
siempre más allá, justo fuera de la vista.
El sol llena de luz sus huellas.
Tras la respuesta siempre hay otra pregunta,
puede que la última.
Al menos podemos contar con ella.
Soy un recolector de imágenes.
Me gustan las que están ya maduras
al borde de la rama.
Conocerse a uno mismo es el último sí, por supuesto.
El no,
sin embargo, está justo tras él, justo al final.
Qué fácil perderse uno mismo en el huerto,
este árbol y aquel,
todo brillante, todo fácil y al alcance de la mano.
…………..
La noche se prepara para lo invisible,
la ausencia de sí misma.
Nubes difusas. Sobre el poste de la barda, una gata blanca
sentada en su trono.
Plumas de ave pegadas al vidrio de la ventana
donde el pinzón intentó su vuelo de mediodía a través de lo visible.
Mejor conservar la cabeza baja,
dormir entre el oscurecer de los árboles.
Nada puede detenerlo. Un movimiento de su capa y se va.
(…)
…………..
No tengo nada que decir. Soy una grabadora,
un audífono.
Lo que escucho es lo que te diré.
Soy el desagüe de pergaminos y canciones muertas,
soy la lengua de cuanto existe,
cuyos secretos son murmurados y no oídos.
Escúchame, escucha esa nada que tengo para decir.
Nº 27 (Fragmento)
Todos hemos llevado vidas desordenadas,
algunas de ellas dentro, algunas de ellas fuera.
Pero solo el poema que dejes tras de ti es importante.
Todo el mundo lo sabe.
El viaje hacia uno mismo es lo que importa
sea cual sea tu camino.
Hay veces en que no puedo estarme quieto por todas las estupideces que leo.
Ahí está el colibrí, que tiene que comer sesenta veces
su propio peso en un día para mantenerse vivo.
Eso es vivir en el límite.
Nº 34 (Fragmento)
Pienso en los maestros de hace un siglo
y a menudo deseo que vinieran y susurraran sus secretos en mi oído,
mi oído derecho, el bueno. Quizás no todos, pero sí un par de ellos.
Las hojas caídas
ensucian la grama y el camino de entrada. Otoño.
Verano indio. Todo es quietud.
El otro lado del mundo, dicen, es una puerta
tras la que me reencontraré con mi vida.
(…)
……………..
¿Existe un vacío que todos compartimos?
Quiero decir: antes del fin.
El cielo y la tierra dependen de esta claridad,
el cielo y la tierra.
Bajo los doblones de oro de las hojas caídas del arce
el inframundo construye su madriguera,
harto de luz.
Del libro Potrillo (España-México, 2011)
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