CHARCOS DE MANÁ
La cabellera castaña
se descolgaba por el terciopelado
cuello de la joven yegua,
se mojaba durante la noche
en el espejo eterno, intemporal
de aquel estanque que reflejaba
la paz y el sosiego,
el pasar tranquilo y calmo
de las horas nocturnas.
La luz azulona de la oscuridad
se congraciaba con ella
y la arropaba, farolillo único,
reflejo de una llama mayor.
La abrigaba y cubría
con un manto de oscuridad,
protección contra los depredadores
mientras
el líquido de la vida la atravesaba.
El agua acariciaba sus labios
mientras cientos de cerillas
hacían arder el cielo.
Las manos se posaban en su melena,
cabellos largos que descendían
a las profundidades de la orilla
del lago. El agua no solo da vigor
a los débiles y desfallecidos,
ama a la vida con caricias.
EL LÁPIZ
Comenzó por dibujar la liberación,
la ventana se abrió de par en par,
disparando el pestillo.
Carbón amenazaba el marfil del cielo,
las nubes desfilaban, elefantes
huyendo de un único diente afilado.
Los pájaros miraron absortos
cómo una mano invisible de soplidos
hacía que las bisagras gruñesen furiosas.
La creatividad del ilustrador
hacía desgañitarse violentamente
cada trazado de viento.
A golpe de grafito,
hizo un dios humano
la primera viñeta de este libro.
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