Revista Alga nº62 - otoño 2009

Sumario
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Taller de Literatura

400 años de los Sonetos de Amor de Shakespeare (1564-1616)

Ignacio Gamen

Invitación a una lectura placentera de los
"Sonetos de Amor" de Shakespeare

(Editorial Renacimiento, Sevilla, 2009)


Cuando en 1609 Thomas Thorpe publicó por primera vez los 154 sonetos de amor de Shakespeare, los encabezó con esta dedicatoria: "Al inspirador único de estos sonetos, el señor W.H., desea toda la felicidad y esta eternidad prometida por nuestro inmortal poeta, el que con sincero deseo aventura esta publicación." Thomas Thorpe, era poeta, editor y admirador de Shakespeare. Él asume la responsabilidad de la publicación y él dedica la obra "al único inspirador de estos sonetos de amor". No se sabe la identidad del señor W.H. aunque no faltan candidatos. Sabemos que se trata de un bello joven perteneciente a una noble familia, protectora de poetas y artistas, y cuando se publicaron los sonetos ya era adulto y seguramente poderoso.

Las conjeturas sobre las fechas en que fueron escritos dan una horquilla que va de 1593 a 1598. Es posible que alguno sea posterior, pero hacia 1599 ya había pasado la fiebre de escribir sonetos en Inglaterra. Tenía al menos 28 años cuando empezó a escribirlos y aunque se presenta angustiado por ser viejo, en el peor de los casos tendría los 35 cuando escribió los últimos. Antes de su edición los sonetos circulaban manuscritos y alguno había sido publicado en antologías. Aunque Thorpe pudo haberlos publicado sin el consentimiento de Shakespeare, no se tiene noticia de que éste desdijese al editor y tuvo tiempo antes de fallecer. Sí consta en varios sonetos su reticencia a publicarlos por miedo a manchar el honor del joven noble, en contraste con el deseo de inmortalizar su belleza. ¿Fue Thorpe quien ante las dudas del autor tomó la decisión y estableció el orden en los poemas? ¿Fue un trabajo conjunto y hubo pactos de discreción?

Los sonetos amorosos, artificio o sinceridad. Puesto que el orden de los sonetos parece responder a una trama argumental en una obra llena de artificios literarios, ¿será una ficción o los sentimientos expresados son suyos y sinceros? ¡Qué más da! Lo que importa es la expresión de los sentimientos humanos y, aunque Shakespeare, poeta de su época, usa todos los artificios del primer barroco, el hilo argumental y la mayoría de los poemas expresan sentimientos humanos sangrantes o exultantes que son universales los haya aprendido o no de su propia experiencia. Lo que interesa es la originalidad de sus imágenes, su osadía al tratar temas y usar metáforas, la credibilidad de lo que expresa, el dominio de su lengua como instrumento artístico, la forma en suma. En cualquier caso, las referencias y el tono coloquial de los sonetos son tan personales que la mayor parte de los críticos se sienten inclinados a creer que son fruto de experiencias amorosas propias. Pero sin olvidar que Shakespeare es el genio del teatro precisamente porque sabe hacer creíbles a los personajes. Y ése es uno de tantos méritos literarios objetivos que han hecho que estos sonetos nos resulten tan vigentes hoy y nos produzcan un placer estético al leerlos y recitarlos: responderán o no a una experiencia propia, pero rezuman una sinceridad muy humanamente creíble. En palabras de Salvador Oliva "El artificio es perfectamente compatible con la expresión de la pasión amorosa".

El amor platónico y el amor sexual. Salvador Oliva en el prólogo a su traducción de los Sonetos de Shakespeare en catalán señala: "Si el exceso de retórica perjudica a un diario íntimo, al texto literario lo que le perjudica y hace poco creíble es la falta de forma. Ésta le proporciona la fuerza que nos permite rehacer el mundo virtual que nos propone. Leer estos sonetos como un diario íntimo es una falacia romántica. Shakespeare es, sobre todo, un autor dramático capaz de crear máscaras creíbles. Su yo es un yo dramático, no un yo romántico". No podemos por tanto estar pendientes de la correspondencia vida-obra para disfrutar sus sonetos. El soneto 144 comienza con estos cuatro versos que resumen el tema principal de los sonetos:

      Yo tengo dos amores -consuelo y desconsuelo-
      que como dos espíritus me tientan de continuo.
      Mi ángel es un hombre encantador y bello
      y una mujer morena, mi espíritu maligno.

Los 126 primeros están dedicados a un joven de alto linaje, gran belleza y noble espíritu, a quien comienza admirando y por cuya belleza acaba siendo cautivado. Se trata de un amor "platónico": se ha enamorado de un compendio de belleza femenina en la que Natura puso un inconveniente. Así lo explica en el soneto 20.

      Fue Natura, señora y señor de mi pasión,
      quien te pintó esa cara tan dulce y femenina
      y dispuso en tu pecho un tierno corazón
      de mujer fiel y libre de inconstancia y perfidia.

      Te dotó de unos ojos sinceros y brillantes
      que doran los objetos con sólo su mirada,
      y de una tez viril que cautiva al instante
      los ojos de los hombres, el amor de las damas.

      Como mujer Natura te concibió en principio,
      y luego, al modelar tu cuerpo con sus manos,
      se enamoró de ti, cambiando mi destino
      al darte un atributo para mi amor no apto.

      Pensando en las mujeres, Natura así te hizo:
      tu cuerpo gocen ellas, tu amor que sea mío.

Este amor inspirado por los bellos rasgos femeninos del joven pretende contentarse con la contemplación de su belleza y el disfrute de su afecto. Ahora bien, a lo largo de los sonetos hay referencias que podrían indicarnos que "algo más pudo haber", y la tentación de acariciar, besar, abrazar y hacer suya la belleza admirada es muy humana. Hay referencias a una hora de entrega y goce, a la necesidad de guardar las formas para evitar comentarios, a hechos vergonzosos que no acaban de concretarse, de las que el lector hará la lectura que crea oportuna.

Muy diferente es el amor que le inspira una dama morena a la que dedica los últimos veintiocho sonetos, por la que se siente seducido primero y subyugado después. Es una mujer provocativa, con experiencia en el amor, a la que le gusta mentir y engañar a sus amantes, que sólo busca el placer del sexo: lo que hoy llamaríamos una devoradora de hombres. El poeta nos la presenta como el mismo demonio, mientras el joven es un ángel que le inspira el amor más puro. En éste está la luz, la belleza y el arte; en aquélla el placer carnal, la sombra y la culpa. Cuando la dama morena seduce al joven, el poeta siente un vivo dolor porque le ha destruido el ideal que se había forjado sobre él. Así se lamenta en el soneto 133.

      Maldito el corazón que al mío hace gemir
      por la herida que en mí y en mi amigo ha causado.
      ¿Acaso no le basta atormentarme a mí?
      ¿Por qué ha de ser mi amigo bajo su yugo esclavo?

Cuando hablo "de los amores del poeta" procuro no decir "de los amores de W. Shakespeare". Aunque no tendría reparo en hacerlo, prefiero hablar del yo poético -o dramático- que escribió estos poemas y que quizá nos esté proponiendo un concepto de amor diferente al admitido en la moral oficial y que él confiesa haber experimentado al menos en su corazón: un amor sin trabas entre dos seres que se quieren y que se son anímicamente fieles, sin entrar en requisitos sobre el sexo de los amantes, como propone en el soneto 116.

      No seré yo quien ponga traba alguna al enlace
      de dos almas leales. No es amor verdadero
      el que cambia ante el cambio de actitud de su amante,
      o se aleja de él, si él se aleja primero.

El tema de los sonetos es el amor y el desamor, sentimiento que varía según el protagonista, el joven o a la dama morena. También la lealtad, el paso devastador del tiempo, las teorías literarias y ocasionalmente otros. El tema principal estructura los sonetos en dos ciclos y, según el orden establecido por el editor, parecen responder a una trama argumental.

Ciclo de sonetos dirigidos al joven: En los diecisiete primeros sonetos, presenta un hermoso joven ensimismado en su belleza. El poeta le anima a tener descendencia antes que el tiempo acabe con ella y sea sepultada estéril en el olvido. Como el joven persiste en su actitud, el poeta decide guardarla en sus versos. En los sonetos 18 al 26 la admiración por el joven deviene exaltación platónica, deseo erótico y quizá una posesión sexual ocasional que rompe el encanto platónico. Entonces aparecen los recelos del joven, el miedo del poeta a perderlo, los poetas rivales hacia los que desvía el joven sus preferencias, los intentos de recuperar su favor, los celos del poeta. A partir de este momento, la obra se convierte en un fallido intento de recuperar su favor: se angustia, pierde el sueño, la salud y su autoestima. Sólo la vana esperanza le reanima, para hundirse de nuevo en un oscilante proceso anímico que decae soneto a soneto hacia el desánimo absoluto mientras ve pasar el tiempo que amenaza con arruinar la belleza del joven amado. Sonetos que son unos ingeniosos, o de un lirismo sublime, otros son artificios producto de su imaginación, los hay con metáforas humorísticas y otros que le sirven para exponer sus preferencias estilísticas. Achaca su fracaso amoroso a la sociedad corrupta, corruptora y cínica, fustigándola con dureza -ella ha corrompido la nobleza de espíritu del joven- en unos sonetos de bellísima factura y de curiosa actualidad. Finalmente reflexiona, reconoce sus errores e infidelidades que atribuye a la soledad, pero que le reafirman en su sincero amor por el joven -un amor basado en los sentimientos personales por encima de convenciones sociales, y en la lealtad mutua- y se resigna al amor platónico con unos sonetos de gran serenidad y belleza admirable. Sella este ciclo con seis pareados en los que avisa al amado que, aunque sea el escogido de la naturaleza, ésta acabará entregándolo en manos del tiempo.

Ciclo de sonetos dedicado a la dama morena: el poeta ha conocido a una dama morena que lo cautiva con sus encantos sexuales y proclama entusiasmado la belleza de lo negro y lo moreno en contra del canon que identificaba bello y rubio en la misma palabra "fair". Cuando descubre sus defectos ya está totalmente subyugado por sus encantos. Uno de estos defectos -la voracidad sexual- le hace seducir al joven amado del poeta y éste se debate entre lamentaciones, ruegos, acusaciones, ansias de libertad, siempre confeso de una dulce esclavitud de la que desea seguir disfrutando: los encantos de la dama. Pero ésta, encaprichada con el joven, lo excluye y el poeta, en unos sonetos de dureza a veces extrema, se queja de la ingratitud de la dama y de la crueldad del amor que ofusca sus ojos y razón impidiéndole liberarse de un sentimiento que le tiene hundido y esclavizado. Los dos últimos, los de Cupido, nos muestran un poeta sereno, resignado a padecer este amor como mal incurable.

La estructura métrica de los sonetos de Shakespeare no corresponde al soneto clásico italiano que sirvió de modelo a las literaturas europeas (dos cuartetos con las mismas rimas y dos tercetos de diversa combinación, todos en consonante), sino que están formados por tres serventesios de rima independiente y un pareado, todos con rima consonante. Esquemáticamente: ABAB CDCD EFEF GG. Los pareados finales suelen ser una conclusión o reflexión sobre el tema tratado que redondean el soneto con energía. Hay tres excepciones: el 99 tiene quince versos, la primera estrofa es de cinco versos rimando ABABA. El 126 no es un soneto: son seis pareados. El 145 es un soneto de versos octosílabos (en mi versión alejandrinos).

¿Quién es el hermoso joven? Decía la dedicatoria del editor: Al inspirador único de estos sonetos, el señor W.H. El primer candidato es Henry Wriosthesley, conde de Southampton, que honró a Shakespeare con su amistad. Amante del teatro y mecenas generoso, a él dedicó sus poemas Venus y Adonis y El rapto de Lucrecia. W.H. serían las iniciales cambiadas de orden para preservar la identidad del inspirador de unos poemas de amor que no favorecía su honor. Era un joven noble de la corte de Elisabeth I, inteligente y bello. Se enamoró de Isabel Vernon, dama de la reina con la iba a tener un hijo y con quien dudaba casarse por la oposición de la reina. Animado por sus amigos se casaron. La reina le hizo pasar su luna de miel en la Torre de Londres. Más tarde participó en la conspiración del conde de Essex y fue condenado a muerte, pena conmutada por destierro perpetuo. A la muerte de Elisabeth I volvió a Inglaterra. Joven, noble, guapo, culto, mecenas, dedicación previa de los poemas citados, los reparos para casarse…, todo le convierte en firme candidato. Otro es William Herbert, conde de Pembroke, de quien se dice que era afeminado, dulce, poco proclive al matrimonio, además de rico, noble, culto, mecenas, poderoso, frívolo y juerguista desmadrado. Responde sin duda también al perfil físico y espiritual del personaje. Oscar Wilde en su novela "El retrato de Mr. W.H." identifica al personaje con Willie Hughes, actor adolescente muy guapo que interpretaba papeles femeninos y que abandonó la compañía teatral de Shakespeare para irse con la de Marlowe. La obra es de ficción y no pasa de ser eso: ficción. No acaba aquí la lista de atribuciones, pero ya es suficiente.

En cuanto a la dama morena, la mayoría de los críticos apuntan a la señora Davenant, propietaria de la fonda "La corona" de Oxford. Era una mujer casada, morena y compartió sus amores con Shakespeare, el conde Southampton y otros amantes. Shakespeare fue padrino de su hijo, William Davenant, y se rumoreaba que era hijo suyo. Así lo sospechaba el Sr. Davenant que veía cómo su hijo se convertía en escritor de cierto éxito y descubría en él rasgos fisonómicos que le asemejaban a su padrino. El inconveniente a su candidatura es el soneto 128 donde la presenta tocando un clavicordio o espineta, instrumento reservado a damas de alto rango. Es posible que el soneto fuera inspirado por otra dama más noble y el editor -o Shakespeare, o ambos- lo agrupara con los demás. G. Bernard Shaw en su obra "La dama morena de los sonetos" la identifica con Mary Fitton, dama de Elisabeth I, amante del conde de Pembroke, y que se la disputarían Shakespeare y el conde. Era casada, de cabellos y ojos negros, refinada, dulce, y además tocaba la espineta. Sin embargo el hecho de que fuera una dama y Shakespeare un plebeyo hace inconcebible que, de haber existido esos amores, el poeta hubiera osado airear sus secretos de alcoba y tratarla de forma impúdica como una meretriz. Sí podría haber inspirado el soneto 128.

Seguramente nunca llegaremos a saber con certeza quién es quién y poco ganaría el valor intrínseco de los sonetos. Sí podemos reconstruir al joven y la dama gracias al arte empleado por el poeta. Saber sus nombres ayudaría poco a la comprensión de los poemas, a la apreciación de sus cualidades literarias y al placer de leerlos reconstruyendo con nuestra imaginación y con su arte unas historias y unos sentimientos perfectamente creíbles que nos emocionan.

Claves de esta versión.- La métrica y la rima. Mi primera intención fue respetar el uso del verso endecasílabo, pero pronto acepté que me era imposible e incómodo decir lo que el poeta inglés expresa, o aproximarme razonablemente, ya que en inglés abundan los monosílabos y las expresiones son más comprimidas; en castellano, en cambio, escasean los monosílabos y las expresiones tienden a ser más largas: adopté el alejandrino. Respetar la rima consonante era un reto inútil porque yo mismo no la utilizo salvo "cuando me sale fácil y natural". Si no, los ripios se encadenan hasta límites ridículos y jocosos: me decidí por la rima asonante, no eliminando la consonante si surge natural. Normalmente en mis poemas huyo de las rimas internas. Aquí abundan y no he tratado de eliminarlas si fluyen de forma natural porque, quedando tan distante y difusa la rima asonante en los versos alejandrinos, ayudan a mantener el ritmo. Traducir poesía fielmente y además a diferente época es ¿imposible? Yo no soy traductor; soy poeta y he sido un profesor que ha tratado de acercar la poesía a sus alumnos para que la disfruten dejando un poso de placer estético en su espíritu que quizá germine un día. Esta versión quizá adolece o se beneficia de ambos aspectos de mi personalidad: he intentado versificar de forma atractiva lo que he aprendido de Shakespeare gracias a los traductores para que el lector que no domina el inglés experimente un placer estético parecido al que pueden sentir los que lo leen en el idioma original. Difícil, pero no imposible porque yo lo he experimentado. Por eso obvio dar la versión inglesa junto a la castellana. Leer algunos sonetos sigue siendo difícil; los señalo con asterisco y añado notas explicativas al final del libro que se deben leer antes y después del soneto. Luego leed cada soneto en silencio hasta comprenderlo, captar el ritmo y finalmente sentir el placer de leerlo en voz alta. Este era mi objetivo: traducir el placer de la lectura original en inglés, en el placer de leerlo en castellano. Yo he encontrado este placer, y sé que el lector de buena voluntad con un pequeño esfuerzo lo encontrará: no hay satisfacción que merezca la pena y que se obtenga sin esfuerzo.

Agradecimientos: Ya he aclarado que no soy "traductor". Pero existen excelentes traducciones en prosa que me han proporcionado diferentes lecturas con sugestivas explicaciones filológicas y poéticas sobre el texto original. Mi aplauso para Salvador Oliva y Luis Astrana Marín, tanto por sus traducciones como por sus estudios previos y anotaciones, Salvador Oliva en catalán. De Gerard Vergés, recomiendo especialmente su deliciosa introducción. Agradezco así mismo a Salvador Oliva haberme recibido para aclarar más de una duda y a Joaquín Mindán, amigo, profesor y filólogo, por sus correcciones y sugerencias. Las versiones en verso castellano las he evitado decididamente. Por todo esto y glosando a Gonzalo de Berceo, humilde cura versificador de historias, confieso: esto no lo versifico si antes no lo leo.

Y ahora, lee en silencio el primer soneto; cuando lo hayas comprendido léelo en voz alta, siente el placer del ritmo y la sugestión de la palabra. Y pasa al segundo, y espero que sin prisas, con placer, llegues al final y conozcas una historia de amor fascinante y verosímil. Y si un soneto o fragmento te gusta especialmente, apréndelo de memoria -algunos pareados me han salido lapidarios, como los de Shakespeare. Podrás decírtelos a ti mismo siempre y quién sabe si a alguien más. Suerte y felicidad, es decir, placer.

      A aqueste bien os llamo,
      gloria del Apolíneo sacro coro,
      amigos a quien amo
      sobre todo tesoro;
      que todo lo demás es triste lloro.

                            Fray Luis de León

Soneto 3

Mírate en el espejo y di a tu hermoso rostro:
"Es tiempo de crear de ti a un semejante".
Si ahora que eres joven no plantas un retoño,
defraudarás al mundo y el ansia de una madre.

¿Pues dónde habrá mujer por bella que se crea
que en su vientre no quiera recibir tu semilla?
¿Y quién será tan loco y egoísta que quiera
yacer sin descendencia bajo la tierra fría?

Tú eres de tu madre el vivo y fiel reflejo,
y en ti vuelve a encontrar su alegre primavera;
en tu hijo habrás de ver tus años más risueños,
pese a arrugas y achaques, en tu vejez serena.

Mas si vivir soltero pretendes, tu destino,
y el de belleza tanta, será el eterno olvido.


Soneto 18

¿Te comparo con un día de primavera?
Tú eres más radiante y mucho más templado.
La primavera es breve y su bonanza incierta:
ahora el sol abrasa en un cielo azul claro

y luego nos oculta su semblante dorado,
el firmamento azul de tristeza se nubla
y troncha el viento cruel los capullos de mayo,
por azar o designio de la diosa Natura.

Mas tú no. Tu esplendor será por siempre eterno
y, con él, el gozar de tu belleza indemne.
Pues vives ya fundido en inmortales versos,
burlarás los fatales alardes de la muerte.

En tanto un hombre aliente y dos ojos abiertos
puedan ver, estos versos vivirán y tú en ellos.


Soneto 41

Las dulces aventuras, fruto del desenfreno,
que emprendes cuando estoy de ti algún tiempo ausente,
son propias de tu edad y de un rostro tan bello,
porque la tentación viaja contigo siempre.

Por ser gentil, tú eres objeto de deseo;
por hermoso, serás por muchas asediado.
¿Y qué hijo de mujer desdeña el galanteo
de una dama sin antes haberla conquistado?

¡Si hubieras respetado al menos mi dominio
y mantenido a raya juventud y belleza
sin dejarte arrastrar en loco desvarío
a violar dos lealtades que respetar debieras!

La de ella, por tu encanto tentada y seducida.
La tuya: para mí tu encanto ya es mentira


Soneto 50

Ay qué pesadamente recorro mi camino,
cuando lo que deseo, el final de este viaje,
me anuncia nuevas penas, no el descanso que ansío:
"Las millas que recorres te alejan de tu amante".

El animal que monto, como si él lo intuyese,
avanza sin aliento bajo mi grave pena;
parece que supiera que no agrada al jinete
caminar muy deprisa cuando de ti se aleja.

Mi ira algunas veces le clava inútilmente
las espuelas sangrientas en sus pobres costados.
Con un sordo gemido, para mí más hiriente
que mi espuela en su ijada, me responde abrumado.

Su queja me sugiere: "Delante a mí me espera
la pena; la alegría detrás de mí se queda".


Soneto 57

Soy tu esclavo: ¿Qué puedo hacer sino servir
tus mínimos deseos cada hora y cada instante?
Mi tiempo nada vale ni tengo que cumplir
deberes de importancia… hasta que tú me llames.

Ni oso impacientarme por las horas eternas
que paso, dueño mío, pendiente del reloj.
Ni pienso en la amargura de tu ácida ausencia
cuando sin más le dices a tu criado "adiós".

Ni osa preguntarse, celoso, el pensamiento
en dónde estás o adónde tus asuntos te llevan.
Como un esclavo fiel, en nada, inmóvil, pienso,
salvo en la dicha inmensa que das a quien te vea.

El amor es tan loco, tan ingenuo y leal,
que hagas lo que hagas, él nunca piensa mal.


Soneto 66

La muerte ansío, hastiado de ver que en este mundo
las personas de mérito como mendigos viven;
cualquier don nadie viste con ropajes de lujo,
sin rubor se repudia la lealtad más firme;

el oropel se encumbra a los más altos cargos;
la inocencia más pura se vende y prostituye;
los valores auténticos vilmente deshonrados;
el poder maniatado por leyes que lo obstruyen;

el arte amordazado por gobernantes déspotas;
la idiotez, investida de sabio, censurando
al talento; la honradez, mal llamada simpleza;
y el bien, del mal cautivo, al servicio de su amo.

Hastiado, yo quisiera morir, huir de todo,
pero eso supondría dejar mi amado solo.


Soneto 71

Cuando haya fallecido, tan sólo has de llorarme
en tanto el doble fúnebre de campanas repique
proclamando que me he ido del mundo miserable
a vivir con gusanos repugnantes y viles.

Si lees este verso, no pienses en la mano
que un día lo escribió, porque tanto te quiero
que de tu pensamiento prefiero ser borrado
si por pensar en mí se entristece tu pecho.

Ay -digo hablando solo- si estos versos lees
cuando mi cuerpo yazga mezclado con la arcilla,
no pronuncies mi nombre: será mejor que dejes
que el amor que me tienes se extinga con mi vida.

No sea que el "sabio" mundo, sintiendo tus gemidos,
por mí de ti se burle cuando yo me haya ido.


Soneto 81

Si vivo más que tú y escribo tu epitafio,
o tú me sobrevives cuando me pudra en tierra,
aunque de mí no deje el olvido ni rastro,
tu memoria la muerte jamás podrá vencerla.

Tu nombre en este mundo tendrá vida inmortal;
el mío, muerto yo, se olvidará muy pronto.
La tierra me reserva una fosa vulgar;
tú yacerás expuesto a la vista de todos.

Será tu monumento mi verso entusiasmado
que ojos de aún nonatos han de leer un día;
de ti hablarán sus lenguas y serás recordado
cuando hayan muerto todos los que ahora aquí respiran.

La virtud de mi pluma te hará vivir en donde
más alienta el aliento: los labios de los hombres.


Soneto 87

Adiós. Tan caro eres que no puedes ser mío.
Y ya conoces bien tu auténtico valor.
Tu título de méritos te hace libre y digno.
Sobre ti mi derecho ha tiempo prescribió.

¿Acaso te retuve sin que tú lo quisieras?
¿Para tanta ventura qué méritos tenía?
Pues no hay razón ni causa para que te retenga,
mi privilegio pierdo y mi suerte declina.

Te entregaste en mis manos sin saber tu valor
y quizás te engañabas al pensar en el mío.
Hoy retorno a su origen, tras pensarlo mejor,
tan valioso regalo por error ofrecido.

Tu amor he poseído cual sueño lisonjero.
Fui rey mientras dormía, y nada soy despierto.


Soneto 102

Aunque aparente débil, mi amor es muy intenso
y hoy te amo como ayer, aunque no te lo diga.
Quien amando pregona el valor de su afecto
por plazas y mercados, su amor mercantiliza.

Vivía nuestro amor su tierna primavera
y yo te dedicaba sonetos encendidos,
cual ruiseñor que canta cuando el verano empieza
y enmudece su voz avanzado el estío.

No es que el verano sea hoy menos agradable
que aquellas noches plácidas que arrullaban mis cánticos
y quedaba su música suspendida en los árboles…
El placer reiterado va perdiendo su encanto.

Cual ruiseñor a veces silencio mis canciones:
no quiero importunarte con mis lamentos torpes.


Soneto 104

Ante mí no podrás envejecer, amado.
Persiste tu hermosura indemne en mi mirada
igual que el primer día. Tres inviernos en tanto
al bosque arrebataron sus estivales galas;

tres bellas primaveras he visto transformadas
en tres pardos otoños; tres abriles fragantes
en tres ardientes junios; mas tu hermosura intacta
permanece: tan dulce, lozana y adorable.

Mas, ay, que la belleza va huyendo inadvertida
como sombra de aguja en un reloj de sol,
y puede no ser cierta tu eterna lozanía,
y que mis ojos vivan errados por amor.

Y así, cuando nazcáis, sabed gentes futuras,
que habrá muerto el verano feliz de la hermosura.


Soneto 131

Aunque eres morena, te comportas tiránica
como aquellas mujeres por su hermosura crueles,
porque sabes que eres la joya más preciada
para este corazón que con pasión te quiere.

Sin embargo hay quien dice que tu cara no tiene
el poder de arrancar suspiros amorosos.
A mostrarles su error mi temor no se atreve,
pero en silencio juro que tu rostro es hermoso.

Y como prueba cierta de todo lo que digo,
cuando evoco tu imagen, mil lamentos agónicos
acuden en tropel como fieles testigos:
no hay nada más bello que el moreno en tu rostro.

En ti no hay nada feo excepto tus acciones;
quizás de ahí provengan ciertas difamaciones.


Soneto 152

Ya sabes que en perjuro me convertí al amarte,
mas tú lo has sido el doble jurándome tu amor:
en el lecho, conmigo, a tu esposo burlaste
y a mí cuando tu afecto en odio se tornó.

¿Mas de romper dos votos a ti puedo acusarte
si yo he violado veinte? Yo soy el más perjuro
pues juro muchas veces que voy a maltratarte
y he perdido la fe que mi amor en ti puso.

Juré solemnemente que eras generosa;
que tu amor, verdadero; tu lealtad, eterna;
llegué a cegar mis ojos para creerte hermosa
y les hice negar la realidad más cierta.

Porque he jurado en falso que eras bella y honesta
soy el mayor perjuro que hay sobre la Tierra.

IGNACIO GAMEN Nació en Tudela de Navarra y reside en Castelldefels. Maestro y Licenciado en Románica Hispánica, se ha dedicado a la enseñanza. Es miembro fundador del grupo ALGA, participa de todas sus actividades y dirigió la revista ALGA durante sus primeros dieciocho años. Ha publicado cuatro libros de poesía: Palabras de barro (Colección Castelldefels, 1992), Al caer de la tarde (Ed. Devenir, Madrid 2000), Hay estrellas tras las nubes (poesía para adolescentes, Ed. Carena, Barcelona 2004), Los sonetos de amor de Shakespeare (Ed. Renacimiento, Sevilla 2009).