Revista Alga nº59 - primavera 2008

Sumario
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Taller de Literatura

Una herencia de Baudelaire

por Mario Campaña


L a primera edición de Las Flores del Mal apareció en 1857. En el 2007 se cumplió pues su ciento cincuenta aniversario. Charles Baudelaire, su autor, tardó poco en convertirse en maestro de los jóvenes poetas de las generaciones siguientes. Mallarmé y Verlaine, primero, y Rimbaud y Lautréamont inmediatamente después, partieron de su legado para construir la rutilante constelación en que consistió la poesía moderna.

Baudelaire forjó el mito del artista maldito. De la maldición que recae sobre el artista en el mundo de la técnica, la industria y el comercio, el mundo del 'progreso', del que se había empezado a hablar públicamente en el romanticismo. Alfred de Vigny dedicó su novela Stello ou les diables bleus, de 1832, a discutir la figura y la situación del poeta no sólo en la nueva sociedad mercantil sino en cualquier sociedad; en la monárquica, en la republicana o en la revolucionaria y democrática. La poesía, según la novela de De Vigny, parece fuera de lugar y el poeta no puede sino sufrir por ella una condena. Es una víctima; un maldito. El implacable doctor Noir -personaje de la novela de De Vigny- intenta hacerle entender eso a su paciente Stello, que sufre de la melancolía de los poetas. El doctor Noir no duda en recordar cómo el poeta Gibert maldijo a sus padres por haber despertado en él "el fuego del genio": "desde el día en que él supo leer fue poeta -comenta el doctor Noir en la novela-, y desde entonces pertenece a la raza para siempre maldecida por los poderes de la tierra": a los poetas, por inútiles, se les niega la posibilidad de "ejercer el menor pontificado o la más ligera dirección moral sobre sus conciudadanos". Robespierre, uno de los más admirados revolucionarios de Baudelaire, les consideraba -según Stello- "los más peligrosos enemigos de la patria". "Hace falta -afirma Robespierre- una voluntad única ... Sólo necesitamos escritos republicanos; los demás corrompen al pueblo... ¿Quién se opone a mis ideas? Los escritores, los hacedores de versos... ¡Enviémoslos a los desiertos!". Más adelante en la novela, el mismo Robespierre insiste: "ninguna raza es más peligrosa para la libertad, más enemiga de la igualdad que la de los aristócratas de la inteligencia, cuyas reputaciones aisladas ejercen una influencia parcial, peligrosa y contraria a la unidad que debe regirlo todo".

Baudelaire asimiló esa descripción, cuyo reverso cómico fue exitosamente representado en las agudas crónicas de La vie de bohemie, de Henry Murger, amigo de Baudelaire, que supo ver como nadie que a cambio del conford, Europa y Estados Unidos (cuya democracia calificó de "barahúnda de compradores y vendedores") estaban entregando, perdiendo su vitalidad, su energía y las bases mismas de su civilizaciôn, aliados con lo que él llamó "literatura democrática", eso que hoy, más degradada aún, se conoce como "literatura de masas", la que lisonjea los sentimientos más conservadores y mezquinos de la sociedad. Baudelaire intentó vivir en el nuevo mundo, pero no pudo; sin alternativas, declaró y vivió su guerra particular. Una guerra sorda, pues Baudelaire tendía a aceptar el destino doloroso asignado socialmente al poeta. Al fin y al cabo, Joseph de Maistre -su maître a penser- aseguraba que todo sacrificio sirve para la salvación: "todo lo que vive debe ser inmolado sin fin para la extinción del mal", sostiene de Maistre. El poeta maldito, maldecido por la sociedad, descrito por Alfred de Vigny, fue elevado por Baudelaire a la calidad de modelo futuro. Así empezó a fundar una leyenda cuyo potencial fue calando cada vez más hondo a medida que su contenido semántico se transformaba.

El discurso de Las Flores del Mal tiene uno de sus fundamentos en la percepción de una sociedad, la mercantil, cuyos habitantes están "hechizados" por el mal; unos seres cuyos hilos son movidos por Satán Trimegisto; es la sociedad de nosotros: "la estupidez, el error, el pecado y la avaricia ocupan nuestras mentes y trabaja nuestros cuerpos", dice el primer poema de Las Flores del Mal. La 'arquitectura rigurosa' que Baudelaire defendía en su libro muestra en 'Benedicción', primer poema de la primera sección-, al modo cristiano de su autor, al poeta naciendo de "poderes supremos": un extraño ser que por mor de su naturaleza y destino "se embriaga cantando camino de la cruz". Es decir, un personaje cuyo oficio -cantar- le ofrece a la vez una condena y una redención que no son sólo suyas sino de todos: lo convierte pues en un mártir o en un santo. El poeta baudealireano es, al nacer, maldecido por su madre -figura de la sociedad-: "maldita sea la noche de placeres efímeros/en que concibió mi vientre mi expiación); la madre-sociedad ve a ese hijo suyo -el poeta- como un ser irrisorio y, renegada de la antigua religión, ya adepta a otro credo -el del lucro-, no duda en reconocer en él "el instrumento maldito" de "la maldad" de Dios" (Bendición, 4. 1,2).

Instrumento maldito de un dios malo: he ahí al poeta de Baudelaire. Cuando escribió ese poema, llevaba años pensando en ello (en una carta anterior, dirigida a su madre, confesaba sentirse "el más extraño mártir de París"). Consciente o inconscientemente todos tendemos a leer nuestra vida a la luz de la vida de los otros, y a veces otorgamos a éstas la forma o el sentido que queremos que tenga la nuestra, o que imaginamos que tiene. Baudelaire se sentía un mártir y cuando tuvo noticias de la vida de Edgar Allan Poe -hacia 1847, dos años antes de la muerte del norteamericano- creyó haber encontrado la cabal demostración del sitio maldito otorgado al poeta en la sociedad mercantil. Cuando Baudelaire hablaba del poeta de Estados Unidos, en sus célebres artículos Edgar Allan Poe, su vida y sus obras, y Notas nuevas sobre Edgar Poe, estaba hablando de sí mismo. Ahora sabemos que basaba su interpretación en una información incompleta y parcialmente falsa. Partiendo de Stello, la novela de De Vigny, a quien sin mencionar alude, Baudelaire asegura en su primer artículo sobre Poe que su nota biográfica aporta "una nueva leyenda en apoyo de su tesis [la de Aldred de Vigny]" y añade "un nuevo santo al martirologio". Tal y como ha observado el crítico Claude Richard, Baudelaire tiene toda la responsabilidad en la errónea asimilación de Poe como poeta maldito. Desde Baudelaire, el poeta maldito es un bendito; en el poema antes citado, 'Bendición', título bien expresivo de su sentido, el poeta dice a Dios en una de las últimas estrofas: "yo sé que tú guardas un lugar al Poeta/en el orden bienaventuroso de las santas legiones".

El hombre saturniano y marginado que padece la pobreza y el desdén, dibujado por el doctor Noir de De Vigny, y el santo maldito, diferente, pobre, alcohólico, solitario, perseguido y superior de Baudelaire, ha prevalecido en la historiografía posterior. Pero no prevaleció entonces, en los poetas que recibieron la herencia de Las Flores del Mal y los Pequeños poemas en prosa. Lautréamont, inesperado y anónimo discípulo de Baudelaire, fue acaso el primero en arrojarse a hacer valer el insospechado poder de la poesía contra sus inanes calumniadores. Ese "estremecimiento nuevo" que según Victor Hugo provocaba la poesía de Baudelaire, era un arma que Lautréamont estuvo dispuesto a esgrimir contra los lectores: "nuevos estremecimientos recorren la atmósfera intelectual; sólo se trata de tener el valor de mirarlos de frente", escribió en Los Cantos de Maldoror, libro cuyo objetivo, según su narrador, es ""atacar al hombre y a Aquel que lo creo". El poeta maldito empezaba a cambiar de rostro. Lejos ya de las jeremíadas de los antiguos poetas, Lautréamont, que había aprendido de Baudelaire a escupir sobre sus lectores, prefirió enfrentarse a la conciencia racional; la agredió violentamente, y dio cuenta de su acto: "no me gustó su orgullo...-escribe en Los Cantos- Extendí la mano y mis dedos trituraron las garras [de la conciencia]… Extendí la otra mano y le arranqué la cabeza. Inmediatamente después arrojé de mi casa a latigazos a aquella mujer, y no la he vuelto a ver más. Conservé su cabeza como recuerdo de mi victoria" (pág. 109).

Casi al mismo tiempo que Lautréamont, Arthur Rimbaud, de diecisiete años, en plena convulsión revolucionaria, con el aliento de la Tercera República francesa en su alma y la inminencia de la Comuna de París elevó la maldición del poeta no a una condena sino a una elección. El poeta debía ser "el gran maldito". Y el adjetivo esta vez no dejaría lugar a dudas sobre el significado de su formulación. En la célebre carta a su amigo Paul Demeny, de 1871, Rimbaud -es harto sabido-, definió al poeta como aquel que consigue el desarreglo razonado de todos sus sentidos y se convierte así en 'el gran enfermo', 'el gran criminal', 'el gran maldito'. El poeta, para Rimbaud, debía desafiar al mundo y necesitaba, en primer lugar, trascender la estructura de percepción, visibilidad y razonabilidad que en éste impera. Al poeta le correspondía pues desplazarse, buscar un lugar y unas condiciones desde donde poder "ver" y convertirse en un visionario; debía para ello "encrapularse", una palabra y una consigna que los estudios académicos no han atendido suficientemente pero los jóvenes lectores de Rimbaud y Baudelaire asumieron con ciega convicción.

El sufrimiento y la pobreza que hacían del poeta un 'maldito', que eran la maldición misma, ahora son sólo "evidencias", pruebas que legitiman la autenticidad del escritor, pero no la sustancia de su figura. La obra de Baudelaire pemitió, a la vez, pasar del poeta mártir al poeta vengador. Mártir, santo (De Vigny y Baudelaire), criminal (Lautréamont) o 'crápula' (Rimbaud), el poeta desde Baudelaire busca una forma de existencia que lo salve de la miseria o el envilecimiento.

MARIO CAMPAÑA nació en Guayaquil, Ecuador, en 1959 y reside en Barcelona desde 1992. Ha vivido también en México D.F., Glasgow y París. En poesía, ha publicado: "Cuadernos de Godric" (1988), "Días largos" (1996), "Días largos y otros poemas" (2002), "El olvido de la poesía se paga" (2002), "Aires de Ellicott City" (2006), traducido al francés con el título Demeure Lontaine y publicado en París en 2007. Es autor de las biografías literarias "Francisco de Quevedo, el hechizo del mundo", (2003) y Baudelaire. Juego sin triunfos (Random House Mondadori, 2006); ha traducido "Una Tumba para Anatole", de Stéphan Mallarmé y es responsable de cuatro importantes antologías: "Poesía modernista ecuatoriana" (1999), "Así en la tierra como en los sueños" (1991), "Visiones de lo real en la poesía hispanoamericana" (2001), Casa de luciérnagas. Antología de poetas hispanoamericanas de hoy ( 2007). Dirige la revista de cultura latinoamericana Guaraguao.

Selección de poemas de "Las Flores del mal" de Charles Baudelaire

TRADUCCIÓN: ENRIQUE LÓPEZ CASTELLÓN


De Spleen e Ideal

EL ALBATROS

P or divertirse suele la gente de los barcos
coger a los albatros, del mar enormes aves,
que siguen, indolentes compañeros de viaje,
al navío que surca los abismos amargos.

Apenas les arrojan en la lisa cubierta,
esos reyes del cielo, vergonzosos y torpes,
sueltan, penosamente, sus grandes alas blancas,
que en el costado arrastran como si fueran remos.

¡Qué torpe es y qué débil este alado viajero!
Hace poco tan bello, ¡qué cómico y qué feo!
Uno le quema el pico con su pipa encendida,
otro imita el andar del cojo que volaba.

El Poeta es lo mismo que este rey de las nubes,
amigo de tormentas, burlador del arquero,
desterrado en el suelo, entre el vil abucheo,
sus alas de gigante le impiden caminar.

ELEVACIÓN

P or encima de estanques, por encima de valles,
de montes y de bosques, de nubes y de mares,
más lejana que el sol, que el éter circundante,
más allá del confín de esferas estrelladas,

te mueves, alma mía, con plena agilidad.
Como un buen nadador llevado por las olas,
surcas alegremente la inmensidad profunda
con un goce viril que no puede expresarse.

A espaldas de los tedios y los vastos pesares,
que oprimen con su peso la brumosa existencia,
feliz aquél que puede, con alas vigorosas,
lanzarse hacia los campos brillantes y serenos;

aquél cuyas ideas se elevan, como alondras,
libremente hacia el cielo del claro amanecer;
-sobrevuela la vida y entiende sin esfuerzo
la lengua de las flores y de las cosas mudas.


De Cuadros Parisienses

LA SIRVIENTA TAN BUENA DE QUIEN CELOS TENÍAS
y que duerme su sueño bajo un césped humilde,
merece que vayamos a llevarle unas flores.
Los muertos, pobres muertos, sufren grandes dolores,
y cuando Octubre poda los árboles antiguos
lanzando un viento triste en torno al cementerio,
es seguro que tachan de ingratos a los vivos,
por dormir, como hacen, calientes bajo mantas,
mientras ellos, roídos por negras pesadillas,
sin pareja en el lecho, sin charlas agradables,
viejos huesos helados, comidos por gusanos,
sienten cómo descienden las nieves invernales,
y cómo pasa el siglo, sin familia ni amigos
que cambien de mortaja que cuelga en sus costillas.
Si una noche, ante el fuego, cuando la leña canta,
la viera, tan tranquila, sentarse en un sillón;
si en una noche azul y helada de diciembre
la encontrara encogida en un rincón del cuarto,
seria, tras levantarse de su eterno descanso
a dar al niño grande su cuidado materno,
¿qué podría decir yo a esa alma piadosa
viendo anegarse en llanto sus órbitas vacías?


De Flores del Mal

ALEGORÍA

E s una mujer bella y de cuello exquisito
que permite a su pelo sumergirse en su vino.
Las garras del amor, los venenos del juego,
todo resbala y cede en su piel de granito.
Se ríe de la Muerte y reta a la Lujuria,
y pese a que estos monstruos desgarran y destruyen,
en sus juegos salvajes supieron respetar
la ruda majestad de ese cuerpo alto y firme.
Como diosa camina, reposa cual sultana,
confía en el placer con fe de mahometano,
invita con los ojos a los seres humanos,
abriéndoles los brazos, a estrecharse en su pecho.
Esa virgen estéril, pero tan necesaria
para que el mundo marche, cree saber, mejor, sabe
que la beldad del cuerpo es un don tan sublime
que asegura el perdón de todas las infamias.
Desconoce el Infierno, igual que el Purgatorio,
y cuando haya de entrar en la Noche sombría,
contemplará la Muerte como un recién nacido,
-sin saber qué es el odio ni el arrepentimiento.


De Rebelión

LETANÍAS DE SATÁN

T ú, el más sabio y hermoso de los Ángeles todos,
Dios privado de suerte y ayuno de alabanzas,

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Príncipe del exilio, al que perjudicaron,
y quien, vencido, siempre te levantas más fuerte.

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Tú que todo lo sabes, rey de lo subterráneo,
familiar curandero de la angustia del hombre,

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Tú que hasta a los leprosos y a los parias malditos
enseñas por amor el sabor del Edén,

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Tú que hasta de la Muerte, tu vieja y dura amante,
engendras la Esperanza, -¡esa adorable loca!

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Tú que das al proscrito la mirada arrogante
que condena a la gente reunida ante el cadalso,

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Tú que sabes el sitio de las tierras ansiadas
en donde el Dios celoso escondió sus tesoros,

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Tu lúcida mirada ve el profundo arsenal
donde yace enterrado el metal que buscamos,

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Tus manos extendidas ocultan los abismos
al sonámbulo errante por las altas cornisas,

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Tu magia hace flexibles los huesos quebradizos
del ebrio rezagado que unos caballos pisan,

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Tú que para aliviar al débil que padece,
enseñas a mezclar salitre con azufre,

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Tú que grabas tu marca, oh cómplice sutil,
en la frente de Creso ruin y despiadado,

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Tú pones en los ojos y el pecho de las niñas
el culto a las heridas y el amor al harapo,


¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Bastón del desterrado, del inventor la luz,
confesor del ahorcado y del conspirador,

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!

Eres padre adoptivo de aquellos que en su ira
del Edén terrenal arrojó Dios un día,

¡Apiádate, Satán, de mi larga miseria!


ORACIÓN

¡G loria y alabanza a ti, Satán, en las alturas
del Cielo, donde reinas, y en las profundidades
del Infierno, en que sueñas vencido y silencioso!
¡Que el Árbol de la Ciencia acoja mi alma un día,
que junto a ti descanse cuando sobre tu frente,
cual Templo nuevo, crezcan frondosas enramadas!

Charles Baudelaire
Obra poética completa
Texto Bilingüe

Ediciones Akal, S.A. Tres Cantos (Madrid 2003)