FELIPE SÉRVULO
LA ÚLTIMA CALLE
T
odo se hace nuevo en el silencio.
Lo sé: la historia que aguardo, la lluvia imprevisible,
o el saberme, sin remedio, arcángel maldito.
Y en cada esquina trasiego al no verte
y velo los balcones en desamparo.
Como cuando la vieja ciudad se hace sólo una calle,
que no cabe en el pecho. La última calle.
Y tras ella, los campos de ceniza,
sin álamos donde grabar un nombre.
Porque si fueras algo más que una fiebre,
podría amarte en la quietud de la noche.
Como amo la honesta luz, que invade esta casa,
que no es la tuya, lo sé:
pero vienes como marzo, a todos los rincones.
Y te diluvias en ramas, volteas el tiempo
y haces que todo vuelva a ese instante,
en que sonríes madrugadora.
Nada sin ti.
Ni siquiera la inmensa sencillez de este misterio
que me profana; tensa las venas,
que deja la vida inflamada entre los músculos.
Que gira el planeta y hace que piense,
que ya no existe la ciudad que nos amó.
Entonces, ya no sé si alguna vez te tuve cerca;
porque, quizás, el tiempo es sólo una medida
que nos hemos dado algunos hombres.
Y los días, sus huellas.
Ellos, tan sólo, señalan el camino y te inventan.
(Inédito)
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