Revista Alga nº57 - primavera 2007

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GOYA GUTIÉRREZ

RESIDENCIAS INVERNALES



"Residencias invernales", de Antonella Anedda.
Editorial Igitur/Poesía. Barcelona 2005
Es éste el primer libro de poemas de la autora, publicado en versión original, es decir en italiano, en el año 1992 en Milán, por el que recibió diversos premios. En su conjunto, el libro parece querer expresar un estar entre la vigilia y el sueño de la muerte, para crear un espacio en ese intermedio, que permita celebrar algo que la poeta nos dice no ha de caer en el olvido. Y así escribirá en la primera parte titulada ALTARES DE DESCANSO "Dos sombras caen/ entre los hoyos de los pinos/ envueltas en la tibieza./ Tú déjame el invierno/ y un hueso de látigo en el cuerpo/ para acoger en pie lo que tiembla" (pág.26-27). ¿En qué reside el estado poético que estos versos nos transmiten? En que detrás de cada imagen, que en principio pudiera resultar incomprensible, hay un sustento de misterio y sugerencia, de relaciones analógicas que en la mayoría de ocasiones suelen resolverse al final de una estrofa, a lo largo de un poema o de forma gradual en las cuatro partes de que consta el poemario.

Así sucede en los versos citados. Las palabras "sombras" y "hoyos" connotan muerte, pero ésta queda transformada por la presencia de "tibieza". La imagen final supera la significación de muerte con esa fuerza alusiva hacia el rescate, "en pie" de lo que "tiembla", manifestación de aquello que en apariencia tiene poca envergadura. Universo de lo pequeño y cotidiano.
El escenario físico al que nos transporta, a través de imágenes que aluden a fenómenos de la naturaleza, es el transcurrir de la vida de los enfermos en un hospital, situado éste en un espacio natural. La vida está como expectante, en tránsito. La sensación visual de las imágenes nos sitúa como en una especie de tumba-umbral, lugar desde donde percibimos la voz poética velando la humildad de los objetos y celebrando su presencia antes de que acaben de desvanecerse, de que se desprendan del recuerdo. Poetización de esos mismos objetos que viven pegados a nosotros, junto a nuestro ser hecho cuerpo o cosa, algo más inútil todavía que ellos, tan inútil que nada ni nadie precisará de él, y así se inicia el poema de la última parte del libro titulada "1991": "Nadie nos ha llamado/ eran voces de huerto, silbidos/ para ahuyentar a los pájaros/ la poca lluvia que se cuela/ por las cañerías de la casa/ desierta/ como papel". (pág. 105). "Ningún tiempo nos necesita/ nadie dice/ el número de los golpes/ la exacta cifra de la hierba/ ni cómo el aire/ azotándonos/ nos volverá dura la piel,/ardillas" (pág. 106-107).

La escritura nos transmite la percepción del movimiento lento de las cosas junto al rastro de la naturaleza y su terminal avance hacia su descomposición, pero justo antes la poeta ha cavado ya un hueco, desde donde conjura a los objetos que han estado unidos a nosotros, que en este caso acompañan a diario y llenan las horas de los enfermos. Las imágenes que la poeta utiliza para evocarlos semejan nieve que resplandece en la noche de la decrepitud de los cuerpos, iluminando el semblante de esas pequeñas cosas que pasan a ser las protagonistas, ante las circunstancias de declive de la vida humana.

Hay como una voluntad de rescatar a través de la palabra poética, lo que nos puede parecer superfluo, pero que como trata de demostrarnos y nos demuestra esta poesía, no lo es. Prima la tarea de dejar constancia, de preservar la presencia de las cosas junto a los seres y sus cuerpos. El libro se cierra con estos versos "Al lado había como un recinto/ y allí duraban las cosas" (pág. 105-107). Quiere la poeta colocar dentro de ese "recinto" como señala en su epílogo el traductor Emilio Coco, la palabra testimonio de los silbidos quebradizos del viento al chocar con la cuchara, la región de los vasos, los somieres, las sopas, el crujido de la nieve o el vuelo de un pájaro abatido "Entonces habrá que acercarse, tal vez subir/ allí donde el futuro se reduce/ a la repisa llena de vasos/ al aire volcado del patio" (pág.42).

Algunos poemas, sobre todo de la primera parte, pueden llegar a parecer algo crípticos, o como señala Amelia Rosselli en el prólogo, de una versificación que a veces resulta excesivamente abstracta. Sin embargo, la peculiarísima estructura de sus imágenes es coherente con el intento de explorar el contenido de ese universo en apariencia frágil, y para ello la poeta requiere de una expresión concreta, quizás algo compleja pero de una notable originalidad y belleza. No obstante, a partir del apartado que da título al poemario RESIDENCIAS INVERNALES de la segunda parte, con la aparición de rasgos más narrativos, la autora nos sitúa más claramente en el discurrir de la vida en un hospital, y nos invita a esa fiesta en penumbra donde danzan los objetos y se hacen perceptibles a través de la tenue luz de sus bellísimas imágenes, que como lámparas proyectan sus formas más allá de las sombras de los propios seres y sus cuerpos que habitan o habitaron junto a ellos.

ANTONELLA ANEDDA , Roma (1955). Tiene estudios universitarios de historia de arte moderno. Es redactora de la revista Nuovi Argomenti. Ha colaborado en periódicos y revistas italianas y extranjeras. Entre sus libros de poemas citamos Residenze invernali (Crocetti, Milán 1992), Notti di pace occidentale (Donzelli, Roma, 2001) y Il catalogo della giogia (Donzelli, Roma, 2003). Es también autora de ensayos y cuentos.