Revista Alga nº57 - primavera 2007


Edita:
  • Grupo de Poesía ALGA


  • Dirección:
  • Goya Gutiérrez


  • Responsables de Edición del presente número:
  • Goya Gutiérrez
  • Enric Velo


  • Portada:
  • "Dansa" (Carme Esteve)


  • Sumario
    http://revistaliterariaalga.com/




    EDUARDO MOGA Barcelona (1962). Es licenciado en Derecho y Filología Hispánica. Ha publicado hasta la fecha los poemarios Ángel mortal (1994), La luz oída (1996), El barco en la mirada (1998), El corazón, la nada (1999), La montaña hendida (2002), Las horas y los labios (2003) y Soliloquio para dos (2006). Practica el ensayo literario y la crítica en diversas revistas catalanas y españolas.

    EDUARDO MOGA

    Plaza Universidad

    P aseo por las calles. Veo su vaciedad,
    que cuaja en el asfalto,
    y se atiranta como un alba

    coloreada

    de espanto, y engalana las iglesias
    y los burdeles,
    y no prescribe, y tartamudea.
    Flota en la nada
    el azufre que soy, el silencio que soy,
    el hedor de la muerte, que difunden
    gaviotas
    oscuras,

    cuyos graznidos

    atraviesan el día como dardos
    de sombra. Veo las gaviotas,
    y perros parecidos a hombres, y hombres
    parecidos a mí,
    que no respiran, sino que malgastan
    la piel,
    e hipotecan el semen,
    y observan
    conductas

    inútiles:

    nacer, hablar, enamorarse. Y veo
    la lluvia: la arenosa unidad
    del agua
    que aguijonea

    la tierra,

    y el sol sumido en una algarabía
    de negaciones,
    y mis pupilas saqueadas,
    en las que habita

    lo ajeno,

    lo inerte, lo sin alas, y se cobijan luces
    difuntas. En la calle no hay nadie, y, sin embargo,
    la gente

    eyacula, envejece,

    se resigna a sus miembros, no discrepa de ser;
    por el contrario,

    se da

    a la promiscuidad y al polvo:
    celebra la agonía;
    y el ultraje que implica su presencia
    resuena en las criptas

    que me componen.

    La calle está vacía, pero me abastece
    de formas

    en las que me disuelvo,

    me estrangula con la respiración
    de muchos, me deslumbra de negrura
    y de deseo.
    Los autobuses tienen bocas
    calientes
    por las que nunca asoma
    un río, ni la posibilidad
    de un río,

    ni cosas

    que vuelen. Y el azul
    se adentra en lo que no es azul
    y le transfunde

    su sangre, lo avería

    con su escoplo, sojuzga su vidrio magullado.
    Un pecho
    me asedia:

    es el mío. Otros

    se ofrecen como bálsamos,
    pero resbalo por sus cuestas,
    y balbuceo, y me reflejo
    en su laca obsesiva,
    y apenas reconozco a quienes gritan
    mis nombres, y enumeran
    mis muertes, y me miran con mis ojos,
    desde dentro de mí. No estoy.
    No siento las costillas

    que me circundan.

    No me detengo en los escaparates
    que me invitan a ser y me prohíben ser.
    No participo de la transparencia
    con que las cosas
    se tiznan,
    y que me abraza

    como si me repudïara.

    No advierto lenguas, cálices, derrumbamientos, mundos.
    No veo, en fin, a nadie amar,
    ni a los objetos

    reproducirse, ni comparto

    el trajín de lo quieto, o el de los insectos
    ungidos
    al yugo boreal de los neones.
    Sólo soy ya

    este deambular sin piernas

    y sin conciencia de que deambulo,
    esta derogación
    de la caricia, que me aboca
    a un nuevo abismo y me regala
    su pulpa desquiciada,
    entre cuyas viscosidades
    contabilizo muertos que sonríen,
    y sus sonrisas.

    (Poema XIII de Cuerpo sin mí, inédito)